martes, 27 de marzo de 2012

Los Indios y las Invasiones Inglesas


Manuel Martin de la Calleja fue uno de los primeros pobladores del actual partido de Castelli. Establecido en lo que  hoy es la estancia San Miguel fue junto con Pedro Islas, Mariano Olivares, Pedro Perez, Clemente Lopez Osornio y Juan Gregorio Almiron, de los primero en adentrarse mas alla del Rio Salado frontera natural con los indios. Español de nacimiento, fue capitan del regimiento de Vizcainos, y despues de las primera invasion inglesa, y por su relacion con los indios, acerco y presento en el Cabildo de Buenos Aires una delegacion de caciques indios, que se manifestaron dispuestos a ayudar a los porteños y pelear contra los "colorados", como llamaban los indigenas a los ingleses. Lo que sigue es parte del estudio "Los indios y las invasiones inglesas" que escribio el Dr. Wellington Zerda y que se publico en Buenos Aires en 1934.

Algo que no ha sido tratado hasta hoy por nuestros historiadores, es sin duda alguna, la actitud de los aborígenes que poblaron los territorios sometidos a la influencia de la ciudad de Buenos Aires, durante los tiempos en que la misma fuera ocupada, perdida, y atacada de nuevo por fuerzas militares de Inglaterra.
Los indios de nuestras pampas, no obstante su indómito espíritu de libertad y de su constante beligerancia con la civilización europea, ante el peligro de que el acervo territorial de sus señores fuera conquistado por aquella Nación, sintieron, también, correr por sus venas, el mismo ardor que inflamara a criollos y españoles para contrarrestar los esfuerzos del leopardo británico, durante los inolvidables y trascendentales años de 1806 y 1807.
El fino instinto de los naturales del desierto, había comprendido con certeza cuál era el mejor camino a seguir ante semejante acontecimiento, y no precisaba de emisarios que descifraran sorpresivamente, en los documentos secretos de la diplomacia inglesa, las órdenes dadas a Whitelocke - el supremo jefe expedicionario entre las cuales figuraba la de perseguir a los hijos de la tierra que se pensaba ocupar, excluyendo sólo de tal temperamento, a los peninsulares, por habilidad política, medida que significaba la coerción para los criollos y aborígenes.
Aquel entusiasmo patriótico de nuestros indios, que merece el juicio más lisonjero, ha dejado sus rastros perennes en las meticulosas actas del Cabildo secular de Buenos Aires, para que las generaciones futuras, al extraerlo del maremágnum de la documentación de aquéllas, le otorgue el juicio exacto que merece ante la faz del criticismo histórico y justiprecie el valor de sus quilates.

Durante los años correspondientes a las invasiones inglesas, las fronteras efectivas de Buenos Aires se hallaban muy próximas a la Ciudad capital, lo que explica la extrema cercanía de esta última respecto de los territorios donde imperaban aún, los elementos indígenas.
Este fenómeno singular, agravado por la carencia de obstáculos naturales de valor militar, por cuyo motivo Buenos Aires se hallaba en desventaja en comparación con la mayoría de las ciudades argentinas de entonces, respecto a las correrías de los salvajes, sirvió no poco para mantener el espíritu batallador de los porteños, ya que en sus fortines fronterizos se vivía con el arma al brazo escrutando la pampa ilimitada Ese espíritu guerrero, cristalizó en forma bien tangible durante el gobierno de José de Andonaegui, creador de las ‘primeras compañías de Blandengues (1 ) , cuyos marciales nombres de “Conquistadora” , ‘Invencible”, y “Valerosa”, revelaban el espíritu que animaba a sus esforzados mercenarios para blandir sus lanzas contra los centauros aborígenes, que, avizores como águilas, aguardaban pacientemente el instante propicio del malón.
A pesar de la barbarie de  los indios de la Pampa, casi tres siglos de luchas y de contacto con los conquistadores, habían hecho penetrar un tanto en sus espíritus el influjo español acostumbrándolos en parte a las modalidades hispánicas y atrayendo a no pocos mediante la evangelización que en diversas reducciones efectuaban las órdenes religiosas, aunque en menor escala que en otras comarcas del País.
Asimismo, contribuyó grandemente al acercamiento indo-hispano, en los últimos años del coloniaje, una mejor comprensión de los intereses recíprocos por ambas partes fenómeno que, como es de suponer, se originó en la actitud menos hostil e intransigente de las autoridades españolas por cuyo motivo se aminoraron en gran escala los conflictos suscitados en las fronteras bonaerenses, prolongándose tal estado de cosas durante los primeros años de nuestra independencia, en que los naturales confraternizaron con los patriotas. En 1815 se rompió esa larga tregua entre cristianos e indios, la cual fue testigo de los numerosos agasajos de que éstos fueron objeto por parte de las autoridades coloniales y nacionales, al punto de que el mismo Virrey recibiera sus embajadas en traje de etiqueta.
Al respecto, recordaremos que desde los tiempos del virrey Loreto (1784 - 1789), después de sangrientos combates con los indígenas, comenzó a cimentarse la paz con recíprocas concesiones, comenzando con un canje de prisioneros entre los cuales se encontraba un hermano del famoso cacique Negro.
Según el deán Funes, en su “Ensayo de Historia Civil’, seguían esa corriente “los caciques Lorenzo, Toro, Guaiquilef, y Quintuni ; con sus numerosas parcialidades” , los cuales contenían a los ranqueles, cuyo odio a los cristianos era difícil de extinguir. De esos jefes, veremos luego figurar a Lorenzo, conjuntamente con otros muchos, en favor de Buenos Aires, durante las invasiones ing1esas contándose entre éstos al terrible Negro, que antes de ser amigo, fue un peligroso adversario de la dominación española luchando contra las expediciones de los Biedma en las tierras patagónicas.
Entretanto, por el lado de Mendoza, los pehuenches firmaron un tratado de amistad y alianza con el gobierno de Córdoba del Tucumán, a pesar de la oposición de los huiliches, lo cual provocó en 1788 una lucha de éstos con los co1igados que lograron imponerse. Luego se pudo pacificar toda la frontera desde los Andes al Plata, a base de la paz celebrada en 1 794 por el comandante Amigorena y los pampas cimentándose, poco a poco, el naciente intercambio comercial con los indios.
Para dar una idea de ese estado de cosas, transcribimos, a continuación, lo que expresa al respecto Gregorio Funes en su “Ensayo de Historia Civil”:
“La plaza de Buenos Aires ofrecía un medio de dar mejor consistencia a la seguridad de las fronteras, que el de la fuerza armada, Hacía tiempo que los indios habían contraído el gusto a ciertas comodidades de la vida, que desconocieron sus mayores. La glotonería, y el puro ocio no eran ya las únicas bases de su felicidad; por consiguiente el círculo de sus necesidades ya no era tan estrecho corno el antiguo”.
“Un interés presente y sensible de satisfacerlas por medio del comercio con Buenos Aires, vino pues a tener una fuerza bastante activa para disgustarlos de sus guerras, y dar mayor firmeza a sus tratados. Por este tiempo se fueron formalizando esas casas de factoría con nombre de corrales, donde bajan los indios a dar salida a sus los que exige su necesidad (a). Los hombres se docilizan con el trato, como las piedras de los ríos con el roce continuo. Allegada a esta causa, una inmunidad absoluta de derechos con que se les trata, y el pleno goce de una tranquila independencia, puede decirse que están ya dados los primeros pasos de su cultura, y aun pronosticarse que vendremos a componer una sola familia.”
El licenciado don Feliciano Antonio Chiclana, en una representación dirigida al Rey el 29 de diciembre de 1804, al reiterarle la mejor manera de atraer a los indios de la Pampa, habla de congraciarse con ellos mediante el interés del comercio de sal
Al referirse a los ranqueles, dice que son amigos del intercambio, y que “La paz que con ellos mantenemos, cerca de veinte años ha, no se debe a las guardias fronterizas, ni al corto número de soldados blandengues que las guarnecen, sino al interés y utilidad que sienten los indios en su comercio de pieles, plumas, manufacturas; y esto se persuade de que habiéndose extendido las estancias y chacras a distancia
 de veinte, y treinta leguas afuera del cordón de fronteras, los indios no ofenden ninguna de estas pob1aciones y por el contrario, en algunas de ellas han contraído relaciones, hasta ayudar y servir de peones en las respectivas faenas”. Chiclana, agrega también la siguiente importante referencia en el documento citado:
“Vuestro actual virrey don Rafael de Sobremonte, en la última expedición que determinó por el mes de octubre de este año con el fin de explorar, y de marcar los territorios adecuados para trasplantar las guardias ganando terreno, no tuvo presente estas máximas políticas que la experiencia tiene acreditadas y por eso los indios impidieron el ingreso a sus tierras, y la expedición regreso sin adelantar ni un paso sobre estos particulares.” Afirma, asimismo, que aquéllos hubiesen comunicado a las nacionales aborígenes de su amistad, las propuestas de los cristianos referentes al comercio.
El 14 de mayo de 1803, en una representación anterior, Chiclana había indicado los medios para convertir a los indios de las fronteras, haciéndolos “útiles vasallos de V. M.” lo que prueba su preocupación al respecto; y aunque el mismo año el Síndico Procurador General de Buenos Aires daba consejos al Cabildo para que previniera una posible ruptura con los naturales, ésta no se produjo debido a los antecedentes ya recordados, Por ese entonces, la frontera bonaerense lindera con las pampas no conquistadas tenía un desarrollo de 80 leguas, y eran 6 las compañías de blandengues.
Debe igualmente recordarse que, el número de indígenas incorporados de continuo al núcleo de población blanca de los territorios ya definitivamente poseídos por Buenos Aires, era bastante considerable, pasando ellos a engrosar lo que entonces se conceptuaba como clases inferiores de la sociedad, integradas por los negros, indios, zambos, mestizos hispano-indios, y mulatos, de acuerdo con los canones y la costumbres del coloniaje, el cual, a pesar de su férrea estructura, permitía que dichos elementos fueran asimilados, poco a poco, por la civilización europea.

Cuando la ambición británica quiso avasallar a Buenos Aires, para tener una sólida base que sirviera a sus miras de conquista en la América del Sur, los aborígenes afectados por tales miras, es decir, los que sentían de más cerca el influjo de la Ciudad capital, representados por los indios comarcanos, no pueden menos que alistarse entre las tropas defensoras, u ofrecer al gobierno sus servicios eventuales para las operaciones de la guerra, convencidos, en su fuero íntimo, de que el cambio de amo sería nefasto a sus intereses, que bien o mal, ellos habían aprendido a defender y conservar a su manera, dentro del orden de cosas entonces establecido.
Los naturales que vivían en el desierto, durante la primera invasión inglesa permitieron con su actitud pacífica los preparativos militares de hispanos y criollos, que no temieron sacar de los fortines: 2 pedreros, el cuerpo de Voluntarios de Caballería de la Frontera, y parte del de Blandengues (1) , a fin de reforzar a los e1ementos que empezaron a reunirse a tres leguas de Buenos Aires en la chacra de Perdriel, pudiendo tomar parte aquellos soldados en la guerra provocada por las fuerzas británicas, después de haber intervenido en débil resistencia que se opuso cuando éstas desembarcaron en Quilmes.
Fue después de la Reconquista de la citada Ciudad, efectuada el 12 de agosto de 1806 por las milicias y el pueblo comandados por Santiago Liniers, cuando las manifestaciones de entusiasmo por los fueros de la raza colonizadora cobraron mayor proporción en el ánimo de los indígenas de nuestra referencia, contagiados, quizás, por el hondo fervor patriótico que había conmovido el alma porteña acicateada, sobre todo, por la proclama que aquel caudillo lanzó en septiembre de 1806, invitando a constituir cuerpos populares de voluntarios lo cual despertaría su altivez, sus bríos, y notables condiciones cívicas y militares, en un preludio triunfal de cercana libertad política.
Entre los cuerpos que se constituyeron para defender la Capital del Virreinato de la segunda invasión inglesa, anunciada no sólo por el constante bloqueo de las costas del río de la Plata por la escuadra de sir Home Popham sino también por conductos de irreprochable procedencia se encontraba, entre los formados por nativos de nuestro País, el batallón de Naturales, compuesto por 4 compañías de 60 hombres cada una, es decir un total de 240 p1azas, cantidad de relativa importancia en comparación con la de otros cuerpos que como el español de Montañeses y el criollo de Húsares de Pueyrredón sólo contaban con: 200 y 204 hombres respectivamente.
Los soldados indios que integraron el ejército de la gloriosa Defensa de Buenos Aires en 1807, ostentaron, como la mayoría de los que intervinieron en dicha acción , los colores que ya empezaban a predominar entre los nativos, o sea el blanco y azul de nuestras tradiciones, lo cual los hermanó de hecho con la argentinidad naciente, uniéndolos ante el peligro con el mismo símbolo e idénticos ideales, fraternidad consagrada pocos años después por la Revolución de Mayo, al reconocer los derechos del indígena como parte integral de su programa emancipador.
Si los indios que ya estaban asimilados a la civilización española, habían revelado su alto espíritu cívico al constituir un batallón, no queriendo ser menos que los componentes de las agrupaciones de patricios, arribeños, vizcaínos, andaluces, gallegos, montañeses, miñones, etc., etc., que virilmente formaron otros tantos cuerpos militares, los indios del Oeste y del Sur, los que estaban del otro lado de la frontera bonaerense, más allá de las Guarda de Luján, del Salto, o del Monte, también se habían estremecido de indignación y de coraje, ante la noticia de que nueva invasión amenazaba a la Capital de los hombres con quienes mantenían relaciones de vecindad, a veces con buenas razones, otras a punta de lanza, pero a los cuales ya no odiaban con el furor que otrora manifestaron, porque sin duda habían comprendido las ventajas reportadas por un conquistador que sólo tomó posesión efectiva de una pequeña faja de su territorio a lo largo del río de la Plata, en dos siglos y medio de coloniaje.
Por esas razones, comienzan a sucederse singulares ofertas por parte de los indios a que nos referimos, las cuales eran dirigidas a la autoridad competente para el caso, es decir, el Cabildo secular de Buenos Aires, extinta corporación que nos ha legado en sus acuerdos las constancias fehacientes del estado de ánimo de aquéllos ante el peligro inglés.
En virtud de tales rebeldías, durante la sesión del 17 de agosto de 1806, celebrada por dicho Cabildo, o sea a los cinco días de la Reconquista, según el acta respectiva, se presentó en la sala capitular el indio pampa Felipe con don Manuel Martín de la Calleja, exponiendo aquél, mediante intérpretes que venía en nombre de 16 caciques pampas y tehuelches, para hacer presente “que estaban prontos a franquear gente, cavallos, y quantos auxilios dependiesen de su arbitrio, para que este I.C. hechase mano de ellos contra los Colorados, cuio nombre dio á los Ingleses; que hacían aquella ingenua oferta en obsequio a los cristianos, y por que veían los apuros en que estarían ; que también franquearían gente para conducir á los Ingleses tierra adentro si se necesitaba ; y que tendrían mucho gusto en que se les ocupase contra unos hombres tan malos como los Colorados.”
Los señores cabildantes, no dejaron de comprender la importancia material y sobre todo moral del ofrecimiento pero conceptuándolo innecesario aún, dieron las gracias al representante indígena, y lo comisionaron para que “hiciese presente a los Casiques de quanta complasencia y satisfacción les havia sido su oferta; que harían
uso de ella en caso necesario y la tendrian mui presente en todos tiempos”; y dieron orden de gratificar a Felipe con tres barriles de aguardiente y un tercio de yerba, encargándose el cumplimiento de la recompensa dispuesta a don Manuel Martín de la Calleja, quien quedó autorizado para cobrar su importe al Mayordomo de Propios.
El entusiasmo bélico de los indios, y sus temores de tener que vérselas en el futuro con hombres de una Nación por ellos desconocida,hicieronles insistir en sus proposiciones ante las autoridades españolas, y hasta a suspender las interminables guerras de sus tribus, con el objeto de coligarse para la lucha con los ingleses y guardar las fronteras porteñas de algún ataque de sorpresa por la espalda, que, aunque difícil a la sazón de realizar a través de las pampas inhospitalarias, podía haber entrado en los planes de un enemigo poderoso y tenaz como el que amagaba a Buenos Aires.
Por tales motivos, el 15 de septiembre de 1 806 entró a la sala del Ayuntamiento de dicha Ciudad el cacique pampa Catemilla, acompañado por el indio Felipe, y luego de expresar el primero, valiéndose de intérprete, sus cumplidos, recordando la tristeza que él y su gente experimentaron al saber la caída de la Capital, y su alegría posterior al saberla reconquistada, por lo que daba la enhorabuena, consigna el acta correspondiente : que “ratificó la oferta de gente y cavallos que á nombre de diez y seis casiques había hecho el indio Felipe ; y expuso que solo con objeto de proteger á los Cristianos contra los colorados, con alusión a los Ingleses, havian hecho paces con los Ranqueles, con quienes estaban en dura guerra, bajo la obligación estos de guardar los terrenos desde las salinas hasta Mendoza, é impedir por aquella parte qualquier insulto á los Cristianos ; haviendose obligado el exponente con los demás Pampas á hacer lo propio en toda la costa del Sur hasta Patagones”.
Lo mismo que en la primera presentación, los capitulares, luego de escuchar “tan admirable oferta y unos procedimientos tan dignos del maior aprecio, le dieron las más expresivas gracias, lo agasajaron, é hicieron varias demostraciones de reconocimiento previniendo a don Manuel Martín de la Calleja, que fue el introductor, y por cuio conducto expuso el Casique se le pidiesen los auxilios, que lo gratificara con yerba y aguardiente pasando la cuenta al maiordomo de Propios para su abono.”
Es de notar en la oferta anterior, que la perspicacia indígena no descontaba un ataque desde occidente, a través de la cordillera de los Andes, pues no distinto significado tiene, en el caso, su deseo de extender su custodia hasta el Sur de Mendoza. Tal pensamiento había adivinado al plan inglés, una de cuyas partes determinaba atacar la costa de Chile, a fin de posesionarse de este País, impidiendo el envío de sus refuerzos al Plata, lo cual significaba, también, un amago a las tierras argentinas por el oeste, anhelo materializado en la expedición del Gral. Crawford a las costas americanas del Pacífico austral, fuerza que luego recibió orden de reunirse con el Gral. Auchmuty en vista de la Reconquista de Buenos Aires.
Mientras tanto, don Domingo Ugalde, comandante del cuerpos de Indios, Pardos, y Morenos, destinado a la artillería, hizo presente en el Cabildo el 2 de diciembre de 1806, “la imposibilidad en que se hallaban de uniformarse estos miserables por sus ningunas facultades, al paso que se dedicaban gustosos a adquirir la disciplina, y manifestaban el maior entusiasmo para defender *Ia Patria”; por cuyo motivo, los capitulares ordenaron se le entregaran 3000 pesos para satisfacer la necesidad a que se refería, lo cual motivó que los soldados indios pudieran lucir conjuntamente con sus camaradas negros y pardos, los distintivos que daban a su regimiento fisonomía propia en aquella especie de “democracia militar” formada por las milicias cívicas, como denomina Metre en su “Historia de Belgrano” al conjunto armado que se constituyo en Buenos Aires después de la Reconquista.
La inquietud de los indios de allende la frontera debio ser grande a fines de 1806, pues sus espías y las noticias que les llegaban de aquella Ciudad, sin duda alguna los tenían al tanto de los movimientos de la escuadra bloqueadora en ambas márgenes del Plata, la cual utilizaba por base a Maldonado, desde que este punto fuera tornado a principios de octubre de 1806, no bien llegaron los primeros refuerzos de tropas inglesas desde el Cabo de Buena Esperanza.
En su virtud, los jefes indígenas volvieron a ofrecer al Cabildo porteño sus falanges guerreras; y esta vez, las fuerzas que prometían para Cooperar en la defensa del territorio en peligro no eran despreciables, pues se trataba de 20.000 guerreros que disponían de 100.000 caballos, fuerza auxiliar que en un caso de apuro hubiera dado mucho trabajo a cualquier enemigo, no sólo por su bravura reconocida, sino por su conocimiento del terreno y el espíritu que la animaba.
La oferta de la referencia anterior, se encuentra con-signada en el acta de la Sesión del 22 de diciembre de 1806, celebrada por el Ayuntamiento de Buenos Aires, en la cual, entre otras cosas, se trató de que “diez casiques de estas Pampas pedían permiso para entrar en la Sala, y haviendolo obtenido entraron, tomaron asiento y arengaron por medio de interprete en la forma siguiente : A los hijos del Sol : a los que tan largas noticias tenemos de lo que han ejecutado en mantener estos Reinos ; á los que gloriosamente haveis hechado á esos colorados de vuestra casa, que lograron tomar por una desgracia ; á vosotros que sois los Padres de la Patria, venimos personalmente á manifestaros nuestra gratitud, no obstante que por nuestros diferentes embiados os tenemos ofrecido quantos auxilios y recursos nos acompañan : Hemos querido conoceros por nuestros ojos, y llevamos el gusto de haverlo conseguido ; y pues reunidos en esta grande habitación donde igualmente vemos a nuestros Reies, en su presencia y no satisfechos de las embajadas que os tenemos hechas, os ofrecemos nuevamente reunidos todos los grandes Casiques que veis, hasta el numero de veinte mil de nuestros súbditos, todos gente de guerra, y cada qual con cinco cavallos; queremos sean los primeros a embestir a esos colorados que parece aun os quieren incomodar. Nada os pedimos por todo esto y mas que haremos en vuestro obsequio: todo os es debido, pues que nos haveis libertado, que tras de vosotros siguieran en nuestra busca: tendremos mucha vigilancia rechazarlos por nuestras costas donde contamos con maior numero de gente que el os llevamos ofrecido: nuestro reconocimiento en la buena acogida que dais a nuestros frutos, y permiso libre con que sacamos lo que necesitamos es lo bastante a recompensaros con este pequeño servicio: mandad sin recelo, ocupad la sinceridad de nuestros corazones, y esta será la maior prueba y consuelo que tendremos: así lo esperamos executareis, y será perpetuo vuestro nombre en los mas remoto de nuestros súbditos, que a una voz claman por vuestra felicidad, que deseamos sea perpetua en la unión que os juramos”.
Lo anterior, es suficiente para demostrar el verdadero estado de animo de la tribus pampeanas ante el conflicto bélico suscitado en el Rio de la Plata, revelando, asimismo, que los vínculos de aquellas con los colonos ribereños, habían llegado a un grado ponderable de desarrollo, debido principalmente a las facilidades comerciales que los indios habían conseguido de los españoles y criollos, según sus propias afirmaciones insertas en el acta transcripta. Por otra parte, esta ultima revela que la vigilancia de las costas bonaerenses desde la desembocadura del Salado hacia el sur, aun no ocupadas por España, exceptuando el puerto de Patagones, no se reducía a meras palabras, lo cual era mucho para las autoridades del Virreinato, puesto que un desembarco en las misma de un ejercito numeroso y aguerrido, hubiera significado un serio peligro para la seguridad de su Capital.
La pretensión indígena de combatir a vanguardia con el anunciado invasor, y la profunda lealtad a la Corona y a las autoridades porteñas proclamada por los caciques que ofrecían su apoyo, no dejo de causar, por cierto, profunda impresión en los cabildantes, quienes, sin embargo, no creyeron aun necesaria ni prudente la injerencia directa de dichos aliados en sus asuntos militares de mas importancia, por cuyo motivo solo les aceptaron, por el momento, la vigilancia de las desguarnecidas costas del Sur, con lo cual también quedaba satisfecho el amor propio de los gobernantes, acentuado por acrecentamiento del espíritu militar de los colonos, que competían el celo, ardor, y patriotismo, enrolándose los más aptos en los diversos cuerpos que se encargarían de la defensa. Además, cabe hacer notar que en la proclama dirigida por el Cabildo de Buenos Aires a las autoridades de ambos virreinatos el 26 de enero de 1807, solicitando auxilios, se excluyo el envió de gente por “considerarse innecesaria”, lo cual, también explica en parte la respuesta dada por aquel a los caciques.
En razón de la importancia del acto a que nos hemos referido, creemos conveniente transcribir la parte del acta que da fe de la actitud de los capitulares ante la magnifica adhesión del elemento indígena. Ella expresa lo siguiente: “ Concluida la arenga hicieron su cortesía, se pararon todos; procedieron los SS, a abrazar a los diez casiques, que mostraron mucho contento en ello, y el Señor Alcalde de pimero Voto hablo en estos términos: El Cavildo ha oído con indecible gozo el afecto y reconocimiento que merece a los grandes Casiques que tiene a la vista. Si hasta hoy han Conocido quanto se ha esmerado en contribuir a su prosperidad en cumplimiento de las disposiciones de sus Soberanos que tanto los ama y recomienda, aora con maior razón deben esperar se aumente la protección que les dispensa por la fidelidad con que se ofrecen gustosos a defender sus dominios. Este Cuerpo admite la unión que le juráis y en prueba de ello abraza como á fieles hermanos, no dudando ni por un momento cumpliréis con exactitud quanto le haveis ofrecido siempre que la necesidad exija vuestro servicio en cuio caso se os dará aviso por quien corresponda. Por aora no hay un motivo para que os incomodéis. La fidelidad, amor, y patriotismo de las numerosas y esforzadas tropas que en cuerpos se hallan formadas, aseguran la defenza de esta hermosa Capital, y por lo mismo solo os recomienda hoy el zelo y vigilancia de nuestras Costas ( 1 ) , para que los ingleses nuestros enemigos y vuestros á quienes llamáis colorados, no os opriman ni priven vivir con tranquilidad que disfrutáis, y os há
proporcionado el Superior Govierno, conforme en todo á la sencibi1idad y amor que os profesan los mejores y mas benignos de los Soberanos del Mundo, de quienes somos vasallos, y a quienes daremos cuenta de vuestra heroica fidelidad. El altísimo os mantenga en iguales sentimientos para que de este modo seáis siempre felices.” Terminada la arenga anterior, “hicieron todos varias demostraciones de agradecimiento”, y los cabildantes ordenaron se gratificase y obsequiase a los jefes indios, que habían comprometido la gratitud porteña con sus nobles actitudes.
El acta de esa sesión memorable, que fue casi monopolizada por el sugerente asunto de la referencia anterior, lleva las siguientes honorables firmas: “Franco de Lesica, Anselmo Saenz Baliente, Manuel Mansilla. Josef Santos lnchaurregui, Geronimo Merino, Franco Belgrano, Marn. Gregorio Yaniz”, atestiguadas por la de Justo José Núñez escribano público y de cabildo.
Siete días después, es decir el 29 de diciembre de 1806, una nueva embajada de las pampas llegaba a las puertas del Cabildo de Buenos Aires, y solicitaba el permiso correspondiente para pasar a la sala de sesiones, con el objeto de hacer a sus miembros nuevas propuestas de apoyos que prestarían en el caso de repetirse la agresión británica.
La ayuda ofrecida no era menos importante que las anteriormente revistadas, y ella, ante el peligro evidente y cada vez mas próximo, fue admitida con menos reticencias, conquistando los jefes indios, para si y sus antecesores en tan patrióticas representaciones, en razón de la gratitud que despertaron, recordatorios escudos con las armas de la indómita Capital del Virreinato.
Los jefes que se presentaron en dicha ocasión fueron los capitanes Epugner, Errepuento, y Turruñamquii, los cuales, según el acta correspondiente, “tomaron asiento y expusieron por intérprete que intruidos por los Casiques Pampas Capitanes Chulí Laguini, Paylaguan. Cateremilla, Negro, y por los Casiques Marciúús, Lorenzo, Guaycolam, Peñascal, Luna, Quintuy del mucho agazajo que havia hecho este Cavildo á sus personas, y agrado con que havia admitido sus ofertas; querían manifestar del mismo modo los deseos que tenían de aidarlo contra los colorados o Ing1eses y ofrecían el Casique Capítan Epugner dos mil ochocientos sesenta y dos de sus soldados, gente de guerra bien armados de chuza espada, bolas, y onda con sus coletos de cuero, que mantenía en la cabeza del Buey, donde los sostendría á costa hasta el primer chasque, o hasta que le avisasen no ser ya precisos pues querían pelear unidos con los nuestros : Y los otros dos Casiques Capitanes Errepuento  y Turruñamquií hicieron igual oferta por siete mil de sus soldados que mantenían en Tapalquen armados como los anteriores; Los S.S admitieron la oferta, los abrazaron como lo habían ejecutado con los anteriores, les hicieron otras varias demostraciones de cariño y de gratitud, y comisionaron al Cavallero Sindico Procurador general para que los gratificara y obsequiase á su satisfacción y á todos los de su comitiva, mandando se les diese á los Casiques un escudo con las armas de la Ciudad en fe de la unión que le juran y señal de haberla admitido; cuio escudo se dé también a los anteriores Casiques.”
Tan hermosa consagración oficial de la importancia de los aborígenes pampeanos fue refrendada, en el acta donde consta, por los mismos miembros del Ayuntamiento que firmaron la del 22 de diciembre de 1806, a cuyas firmas se agregaron en aquélla, las de don Manuel José de Ocampo, y don Francisco Antonio de Herrero.
No cabe duda de que, la utilización de los servicios de los numerosos y bravos guerreros que la Pampa ofrecía, se hubiera efectuado en caso de haber caído nuevamente Buenos Aires en manos de los ingleses, pues en tal circunstancia, las fuerzas criollas y españolas del interior, apoyadas por los gruesos contingentes de los caciques en expectativa habrían podido constituir un nuevo ejército para proseguir la guerra. Los 7.000 indios acampados en Tapalqué (paraje estratégico por su equidistancia de los puntos en peligro, situado en el centro de lo que hoy es la provincia de Buenos Aires, a 50 leguas, más o menos, de la Ciudad de este nombre, y a unas 30 del sitio más próximo de la frontera sudoeste, es decir de la Guardia del Monte) , significaban en tal emergencia una fuerte ayuda, y los otros 2.862 aborígenes concentrados en Cabeza del Buey, lugar vecino de la actual Bahía Blanca, equivalían a una importante reserva para reforzar la defensa de las costas cercanas a la plaza de patagones, pequeña y aislada a la sazón. Iguales ventajas representaban las demás fuerzas indias que ofrecieron su apoyo.
Conviene, asimismo, decir de paso, que, una ayuda mi1itar de los salvajes en la Pampa desierta, hubiera sido aceptable y eficaz, sin duda; pero en la región ya poblada por la civilización europea, su intervención no habría dejado de ser peligrosa en caso de despertarse su instinto entre las convulsiones de la lucha. Tales ideas, si bien no constan en documentos, se traslucen a través de las costumbres y modalidades que predominaban en las tierras del Plata respecto de los naturales, pues debe tenerse presente que, no obstante las buenas relaciones que Buenos Aires mantenía con los aborígenes situados allende sus fronteras durante los sucesos de nuestro comentario, no podía dejar de lado la particular idiosincrasia de los mismos.
A principios de 1807, la situación continuaba el mismo estado entre ambos beligerantes, que se aprestaban a la lucha acumulando el mayor numero posible de elementos de ataque y defensa, y con similar decisión y relativa rapidez.
Por esos motivos, en el acuerdo celebrado por el Cabildo el 20 de enero de 1807, e1 Jefe del cuerpo de Castas, o sea el regimiento de Indios, Pardos, y Morenos, que se destinara a la artillería gruesa, dejó constancia de que para el manejo de ésta eran necesarias a dichos soldados guarniciones y monturas, pidiendo le fueran facilitadas las cantidades respectivas para su adquisición  lo cual fue concedido por los cabildantes, en vista de la uti1idad de tal artillería, debiendo entregar el Mayordomo de Propios al Sargento Mayor de aquella milicia, comisionado al efecto por su Jefe, los fondos indispensables.
Asimismo, aquel Comandante consiguió que en la sesión capitular del 14 de febrero de 1807, se tratara y aprobara su petición referente a que la caballada del regimiento de su mando fuera mantenida a pesebre en la Ciudad, lo que demuestra, conjuntamente con lo expresado en el párrafo anterior, la importancia militar que había adquirido el cuerpo de Indios, Pardos, y Morenos.
Los preparativos bélicos proseguían efectuándose con intensidad en la gloriosa Buenos Aires, acicateada por la caída de Montevideo el 3 de febrero de 1807, después del recio asalto que le llevaron las fuerzas expedicionarias inglesas bajo el mando de sir Samuel Auchmuty, en número de 6.000 combatientes, a lo cual siguió la ocupación de la Colonia, San José, y Canelones, en la Banda Oriental.
Aquellos preparativos, por supuesto, no habían disminuido de intensidad entre los recelosos aborígenes de la zona aun no colonizada por España, que se extendía del otro lado de los fortines bonaerenses, los cuales hacía ya mucho tiempo que no sentían el ataque tumultuoso y sangriento de los indios.
Por su parte, el Ayuntamiento prosiguió tratando algunos puntos relativos a las propuestas de estos últimos, y por eso, en el acuerdo capitular del 18 de febrero de 1807, entre otras cosas: “Se tuvo presente la orden verbal dada por los SS. de este I.C. para que el maiordomo de Propios entregase á don Manuel Martin de la Calleja ochenta y nueve pesos siete reales importe del vestuario y gratificación hecha al Indio Casique Loncoy á consecuencia de haverse ofrecido con gente y cavallos para nuestra defenza, como lo han hecho varios otros de su clase : Y para que haia de ello constancia y se documente la partida, acordaron los SS se siente por capitulo de acuerdo, y comisionaron al Señor Alcalde de primero voto para que en adelante haga iguales gratificaciones a los Indios que se presenten, librando contra el maiordomo de Propios, y determinaron que con respecto á las circunstancias ocurridas se tengan por documentos bastantes las libranzas giradas por los SS. Capitulares para la gratificación de los Casiques que anteriormente se presentaron con la misma oferta”,
“Se tuvo igualmente presente haverse entregado de orden verbal á don Manuel Martin de la Calleja treinta y seis pesos corrientes, importe de unas medallas de plata con las armas de la Ciudad, que también por orden verbal se mandaron hacer, para dar este distintivo, y estimular con él a que los Indios Casiques cumpliesen sus ofertas y subsistiesen en unión con nosotros. Y los SS mandaron se asiente en capitulo de acuerdo para documentar la data, y para que haia constancia en adelantes.
Lo anterior demuestra de manera indubitable que las autoridades bonaerenses no tenían a menos, ni por asomo, el concurso que podían prestarle los indios en las difíciles horas que se avecinaban, pues no otra cosa significan sus agasajos para con éstos, tendientes a mantener su decisión y entusiasmo, ya que llegaron hasta a Condecorar a los caciques con el propósito de hacerlos persistir mediante la virtud del estímulo, en su prometida acción auxiliadora contra los británicos.
Tampoco eran olvidadas por la benemérita Corporación municipal las tropas regulares de color, entre la cuales, como sabemos, figuraban varias compañías de indios, interés que se revela con notoriedad en otra parte del acta correspondiente al acuerdo del 18 de febrero de 1807, cuando expresa que : “Presento el Cavallero Sindico Procurador general una cuenta de los gastos causados en seiscientos vestuarios de los Indios, Pardos y Morenos que componen un Cuerpo levantado para nuestra defenza, la cual asciende á la cantidad de cinco mil setecientos noventa y quatro pesos seis reales ; cuios gastos se comprometió este Cavildo a costear por mitad con la Real Hacienda, siguiendo siempre el obgeto de dispensar quantos desembolsos sean precisos para nuestra dcfenza, y mejor servicio del Rey”, cuenta que fue saldada en la forma debida.
Además : en la sesión del 2 de marzo de 1807, fue tratado, entre otros asuntos, el pedimento del comandante del regimiento de indios, Pardos, y Morenos, don Domingo Ugalde, quien solicitaba “que el Cavildo le acuerde una suma de dinero para la adquisición de útiles de cuartel” , lo cual fue concedido ; y en el acuerdo del 20 de abril del mismo año, se declaró que dicho Jefe había cumplido con la devolución de 2.000 pesos que se le entregaron para comprar aquellos elementos.
La citada unidad militar, cambió también de misión, como lo establece la parte del acta capitular correspondiente al 13 de abril de 1807, donde se expresa que “haviendose pasado oficio en treinta y uno del próximo Marzo a1Señor Comandante general de armas, para que mediante á haver destinado á destacamentos la gente de Indios, negros, y Pardos, se hiciese cargo de los cavallos y atalages del tren de artillería gruesa encomendada á dicha gente” ; recordándose, asimismo, que por tal motivo la Real Hacienda debía pagar al Cabildo la suma de 131 pesos, 7 y 3 cuartillos reales, invertidos en la compra de esos elementos bélicos, con mas los gastos de casa y manutención ; de todo lo cual, por no haber constancia, se ordeno copiar el oficio en el acta respectiva.
Igualmente cabe hacer notar que en la sesión del día 18 del mismo mes y año, se presentó el Alcalde de primer voto con la cuenta de los gastos “para el apresto del quartel que en el retiro ocupa el Cuerpo de Indios, negros y Pardos destinado á la artillería gruesa”, para lo cual, su jefe don Domingo Ugalde, fue comisionado por el acuerdo del 18 de febrero. Dicha cuenta, que era de 121 pesos y 1 real, fue entregada al examen del Sr. Fernández de Agüero, por resolución de los capitulares, con el objeto de que si la hallare en forma, librase su pago contra el Mayordomo de Propios, quien debería anotarla en la cuenta respectiva, y repetir luego de la Real Hacienda el importe de la misma.
Los datos de los párrafos anteriores, indican la importancia que en la organización militar de las fuerzas armadas de Buenos Aires, se atribuía al cuerpo que entre sus componentes contaba con un batallón de indios asimilados a su contextura social, pues, a éstos, como hemos visto, se les reconocían aptitudes para la artillería en virtud de las funciones que les fueron encomendadas, a lo cual puede agregarse que, por temperamento y educación, eran aún más capaces de distinguirse en el arma de caballería, como anhelaban demostrarlo sus hermanos de raza, situados del otro lado de la frontera terrestre bonaerense.
Ya casi en vísperas del desembarco del ejército británico mandado por el Gral. Whitelocke, en el mismo mes en que la expedición del coronel Elío, enviada desde Buenos Aires contra la Colonia, era rechazada por el coronel Pack, por decreto del 21 de mayo de 1807 se ordenó confeccionar la bandera del regimiento de Indios, Pardos, y Morenos, como consta en el acta capitular del 26 de junio del mismo año, a raíz de la presentación, por don Martín Martínez, de la cuenta correspondiente a la hechura de dicho distintivo, con el cual desfilaron los soldados aborígenes y de color, con todo el ejército, el 27 de junio, por las calles porteñas, plenos de viril entusiasmo y bajo cuyos pliegues se cubrirían de gloria en la valerosa Defensa de Buenos Aires.
En la sangrienta batalla de que fueron testigos las calles de esta Ciudad, el 5 y 6 de julio de 1807, no fueron necesarios los auxilios ofrecidos por los caciques de la Pampa. Bastaron para rendir al invasor las energías poderosas que encerraba la futura Metrópoli argentina; mas, entre éstas, se encontraban las pertenecientes a los soldados indios del ejército regular encargado de su custodia, que no demostraron menor bizarría y entusiasmo que las irradiadas en aquellos días legendarios por las milicias criollas y españolas, y por el pueblo en general.
Sin embargo, no debe ser olvidada la noble actitud de los guerreros indígenas que no entraron en acción por motivos ajenos a su voluntad, la firme altivez de los leales aborígenes, que siendo vasallos sólo de nombre, estaban prontos para arremeter en defensa de los conquistadores con quienes su raza había batallado dos siglos y medio!
Ello prueba que el entendimiento hispano-indio en la parte meridional de nuestro País estaba ya consagrado, sin necesidad de las inútiles crueldades que en otros dominios españoles experimentaban aún las tribus autóctonas, en virtud de la prepotencia o codicia insaciable de algunos miembros de la clase dominadora, que olvidando o desconociendo los preceptos del derecho indiano, introdujeron las taras del feudalismo en la América del coloniaje.
La formal alianza de los indígenas pampeanos con Buenos Aires en los últimos años de la Colonización hispánica, no solo sirvió para tenerlos de reserva durante las invasiones inglesas, y asegurarse su apoyo en el caso de su probable repetición por tercera vez, sino que resguardó a la Argentina naciente, de formidables malones en un apreciable periodo, los cuales la hubieran debilitado, sin duda, en los momentos críticos de su revolución emancipadora. Ello está comprobado por la actitud de muchos caciques respecto de los primeros gobiernos revolucionarios, y las alianzas que otros de aquellos celebraron durante los años liminares de la independencia, mediante algunos jefes militares, conocedores avezados de la modalidad indígena, entre los que citaremos: al coronel Pedro Andrés García, el cual, en esos tiempos, destacase como expedicionario al interior de la Pampa; al coronel José de San Martin, que celebro en 1814 una convención de amistad con los indios pehuenches, entre los actos preparatorios de su campaña de los Andes; y al comandante de campaña Juan Manuel de Rosas, quien, desde un principio, se impuso por su habilidad en las relaciones con los salvajes. Solo cuando aquel general entendimiento fue roto, debido a que la anarquía subsiguiente hizo perder a los criollos el prestigio indispensable en la mente indígena, amén de una política nueva, hostil hacia ellos, se produjo como consecuencia una ruptura de resultados nefastos, que perduro hasta la conquista definitiva de los territorios de los aborígenes del Sur argentino por las ultimas expediciones que los avasallaron después de 1878.
El sistema empleado por los españoles en las pampas bonaerenses, en sus misión de sojuzgar a los naturales, para producir los efectos ya vistos durante el peligro británico, tuvo forzosamente que volverse distinto al que utilizaron como norma común en los países americanos, es decir, tornarse menos autoritario y coercitivo, al punto de llegar a ser a principios del siglo XIX sumamente liberal, hecho que no podía pasar desapercibido para las tribus libres existentes del otro lado de los fortines, las cuales, en forma insensible, habianse acostumbrado a la vecindad de los cristianos no obstante las incursiones periódicas de las mas belicosas.
Las proyecciones que pudieron haberse derivado de la alianza hispano-india durante las invasiones inglesas, en caso de producirse, hubieran sido, sin duda, nefastas para los británicos, pues, si estos fueron vencidos por la capacidad belica de la Capital del virreinato del Rio de la Plata, y alguna ayuda de las poblaciones afines, con mayores probabilidades ese resultado habría tenido lugar con el apreciable concurso que ofrecieron los naturales, el cual, según las referencia ya consignadas, puede calcularse globalmente en 60.000 guerreros y unos 200.000 caballos de combate, además de otros elementos y servicios complementarios en las acciones militares. Igual cosa cabe decir, respecto de la emergencia de que los vencidos invasores hubieran intentado por tercera vez: hacer flamear su bandera en los ámbitos porteños.
Si se considera la peculiar psicología del indio, podrá significarse contra el a su doblez característica y a su natural maquiavelismo en la vida de relación, puestos de manifiesto en innumerables ocasiones, lo mismo cuando transcurrían los años coloniales como después de estos, amen de su insaciable apego a comerciar con sus servicios en calidad de auxiliar, o de vender la paz a sus vecinos; pero en el caso en estudio, que puede considerarse excepcional, no cabe duda que los naturales obraron de buena fe, bajo el influjo poderoso de las circunstancias y del peligro común, cuya sugestión debió impresionarles fuertemente, haciéndoles olvidar sus luchas intestinas y los pocos recelos que podían tener de los españoles desde principios del siglo pasado, en virtud de la política de acercamiento desarrollada por estos, todo lo cual redujo a su mínima expresión en los instantes críticos de la amenaza extranjera, aquellas modalidades negativas de las tribus del desierto.
Una de las costumbres de estas, con pocas excepciones, era la de elegir sus caciques entre los individuos mas capaces y diestros, pero solo para los momentos de lucha o negociaciones con otras parcialidades indias o cristianos, lo cual era distinto al procedimiento correspondiente de los araucanos puros, quienes elegían caciques de sangre. Por dicho motivo, eran peligrosos los pactos con aquellos, por la inestabilidad de sus jefes, aunque respetaban sumisos la autoridad moral de los dos caciques gobernadores o “ulmenes”, que ejercían sus funciones, uno al Norte y otro al Sur, en los territorios que se extendían desde los fortines y costas bonaerenses hasta la muralla de los Andes.
En su virtud, es lógico presumir que en el caso de las ofertas hechas por los indios al Cabildo porteño, citadas en esta monografía, la coincidencia de actitudes de numerosos capitanejos de los mismo, obedecía a una consigna general autorizada por los respectivos “ulmenes”, los cuales, hábilmente, sabían defender y cuidar los intereses de sus subordinados mediante ordenes y consejos basados en su larga experiencia, y que en la circunstancia en tela de juicio, seguramente llegaron a comprender con claridad de que lado estaban sus positivas conveniencias.
Por eso, debe descartarse esta vez las consabidas tretas y engañifas de los aborígenes, a base de ofrecimientos de imposible realización efectuados con ideas preconcebías de incumplimiento, o invocando mandatos inexistentes, porque el interés propio los obligaba a prodigarse estimulados por las ventajas obtenidas en esos tiempos de sus vecinos los cristianos, y por la razón convincente de que suspendieron, hasta que pasara el peligro exterior, sangrientos conflictos particulares algunas de sus tribus.
Es digno, también, de mención, el desinterés que los indígenas revelaron en la emergencia, pues, si bien ellos trataban de ayudar a quienes reconocían, ya, como amigos, para que estos tuvieran mayores probabilidades de vencer a gentes de las cuales desconfiaban, no cabe la menor duda de que no pensaron sacar menguados beneficios materiales de la alianza que sellaron con el Cabildo porteño, como lo demuestra en forma terminante la arenga que los diez caciques pampas, presentes en la sesión del 22 de diciembre de 1 806 celebrada por aquél, encomendaron a su intérprete, y en la cual, como ya lo viéramos se expresaba, entre muchos hermosos, vibrantes, y promisores conceptos, la afirmación siguiente: “todo es debido, pues que nos haveis libertado que tras de Vosotros siguieran en nuestra busca”, aludiendo a los ingleses, y la petición final relativa a que fuera utilizada la sinceridad de sus corazones en lo denominado por ellos “pequeño servicio” a fin de recompensar el buen trato recibido, por cuya razón esperaban pudiera realizarse, para que, como decía el ofrecimiento: fuera perpetuo el nombre de las autoridades coloniales en los más remotos súbditos indígenas, quienes a una voz clamaban por la felicidad de aquéllas, la cual, los caciques presentes, querían fuera eterna en la unión que juraban.
Así, pues, la actitud ya analizada de los nativos del desierto, es un nuevo elemento de juicio para que podamos afirmar, como el Dr. Vicente Fidel López, en su ‘Historia de la República Argentina”, que los británicos de las invasiones de 1806 y 1807, estuvieron errados al creer “que iban a encontrar a los hijos de1 país simpáticos para con ellos y hostiles a la España”, porque hasta los indios los miraban con recelo y los bautizaron despectivamente con el mote de “Colorados” : palabra por sí sola elocuente para demostrar la animosidad de aquéllos contra las fuertes milicias de la valerosa Albión.

1 comentario:

  1. alguna vez nosotros, en la PATRIA ARGENTINA, valoraremos lo que la cultura de habitantes,ciudadanos y otros seres humanos, pisa, traslada, ejerce, en bendita tierra argentina teniendo el ojo y mente atenta,a lo que otras culturas ajena totalmente a nuestro sentir y hacer quieren ningunearnos.






    ResponderEliminar