lunes, 11 de junio de 2012

Colonia Jesuitas en la Provincia de Buenos Aires


“No titubeó el Gobernador en encargar a los Jesuitas la labor de reunir en Reducción a estos indios pues la experiencia le había enseñado la habilidad que tenían ellos para obras de esta índole. Comunicó su pensamiento con el Cabildo y como éste fuera del mismo parecer, determinaron ambos escribir al Padre Provincial a fin de que quisiera hacerse cargo la Compañía de esta obra, destinara a ella sujetos idóneos y escogiera un lugar apto para la fundación de la Reducción
“Con tanto celo movió el gobernador este asunto que parecía un fervoroso misionero. Habló al P. Rector del Colegio de Buenos Aires en términos tan ardientes que le llegó a decir que pocas veces había la Compañía tenido una ocasión tan buena para poner de manifiesto su amor a Dios y al Rey Católico; dijole además que era la primera Reducción pero ella sería el comienzo de otras muchas que se irían levantando más al sur hasta
el Estrecho de Magallanes ; que allí cosecharían aun mayores frutos que entre los Guaraníes. Agregó que sí no fuera por su mala salud iría él mismo en persona con los Padres a esta nueva fundación para estimular así con su presencia un negocio de tanta trascendencia. Entretanto quería él cooperar personalmente a esta obra y ser el primero que diera una limosna a este fin. Le declaró por fin que los soldados
españoles ayudarían en todo lo que fuera menester y quedarían en el pueblo a fundarse si así lo creían conveniente los misioneros.
“Este entusiasmo del Gobernador contribuyó no poco a que la obra se iniciara y comprobó después cuán sincero había sido en todas sus manifestaciones. No faltaron quienes le persuadían que en vez de hacer una nueva Reducción agregara estos Pampas a los indios que estaban reunidos en el pueblo de Quilmes, indios que habían sido traídos del Valle de Calchaquí y que ya apenas existían fuera del nombre y de escasos sobrevivientes, pero negóse a ello el gobernador. Quienes eso pedían, tenían la esperanza de poder así valerse de esos indígenas para sus fines particulares pues no ignoraban que si la Compañía los tomaba a su cuidado jamás podrían utilizarlos.
“Se negó a esta representación que no pocos le hicieron, pues se veía en qué habían acabado las Reducciones que otras personas habían fundado y dirigido. Manifestó decididamente que su objeto era la conversión de los Pampas y no el sacar otros provechos de ellos, y por eso era su voluntad que los Jesuitas los tomaran a su cuidado.
“Y parece que Dios bendecía esta empresa en forma muy especial, pues estando bien lejos de Buenos Aires el P. Provincial, y ajeno a todo lo que se decía y hablaba en Buenos Aires sobre el tema, señaló para esta Reducción a unos varones excelentes y verdaderamente apostólicos, sacándolos de las Misiones de Guaraníes donde mucho se habían ejercitado”.
Hasta aquí el P. Lozano. Fue ciertamente una grande honra y una responsabilidad no menor para los Jesuitas el que en una coyuntura tan vital y trascendental para la prosperidad y aun para la existencia misma de la ciudad de Buenos Aires, acudiera ésta oficialmente, por medio de su gobernador y de su Cabildo, a la ayuda a los Jesuitas, y el que éstos generosamente se pusieran al servicio de la ciudad para el bien de la misma.
El Cabildo de Buenos Aires en su sesión del 9 de febrero de 1740 se ocupó por primera vez del asunto relacionado con la conversión de los Pampas y se ufanaba de que “se ha conseguido la especial gloria de que espontáneamente hayan venido los indios Pampas infieles de esta jurisdicción a pedir doctrinantes para convertirse a Nuestro Criador y Redentor Jesucristo, a que gratamente se han ofrecido llevados del amor de servicio de Dios y provecho del prójimo los RR. PP. Jesuitas...”.
Días después “acordó [el Cabildo] se le escriba por esta Ciudad al Rmo. P. Antonio Machoni, Provincial actual de la Compañía de Jesús en que participándole el caso se le pidan las providencias necesarias para la fundación de dicho pueblo”....
Esto resolvían los cabildantes en 15 de febrero de 1740, y con fecha 23 de febrero escribía desde Santa Fe el P. Machoni aceptando el ofrecimiento del Cabildo, y expresaba a los cabildantes, “haber dado ya providencia para el caso, y ofrece concurrir en el caso, en lo de adelante, dando las gracias a la ciudad por el celo que ha demostrado”.
Sánchez Labrador nos dice que el P, Machoni tenía en su corazón esta Misión del Sud, y no deseaba sino medios para empezarla, lo que explica no sólo la aceptación rápida de la propuesta, sino el entusiasmo con que obró el Provincial en todo este asunto.
El día 12 de febrero de 1740, afirma Lozano, llegaron a la ciudad de Buenos Aires los Padres Manuel Querini y Matías Strobel. Ambos fueron muy del agrado de la ciudad, la que se manifestó muy favorable a la obra que se emprendía. Por otra parte los Pampas urgían el negocio de su conversión ofreciendo reunirse de inmediato en el lugar que se designara para Reducción, y disponerse allí para conocer la ley de Dios y recibir el Bautismo.
“Ellos manifestaban no poner condiciones algunas, pero se les manifestó que no habían de recibir la fe y el Bautismo por la fuerza, ni por otras razones humanas, sino en caso de que así lo pidieran después de conocida la verdad cristiana y persuadidos de ella.
“Vinieron después los caciques a nuestro Colegio donde se les volvió a examinar a fin de ver qué motivos los movían a reducirse y se pudo comprobar que eran nobles y sinceras sus razones. Se les llevó a nuestra Iglesia, la cual les gustó, y habiéndoles regalado con algunos donecillos, se fueron pero no sin antes solicitar nuevamente el envío de Padres de nuestra Compañía. En esta ocasión, el principal de los indios nos declaró que hacía ya tiempo que él quería ser cristiano pero que no lo había hecho por miedo a los suyos; pero que de allí en adelante iba a manifestar en público lo que deseaba
 que cuando se confesase iba a pedir perdón por ese pecado de simulación y por los demás. Los Padres aprobaron su dictamen y le indujeron a que confirmara a los suyos en los propósitos que tenían.
Como ya hemos indicado “estaba el P. Provincial en el Colegio de Santa Fe cuando recibió las cartas del gobernador y del Cabildo y habiendo reunido a los Consultores determinó aceptar la Reducción de los Pampas, aunque bajo ciertas condiciones que garantizaran la existencia de las misma. Si ellas cran aceptadas, determinó enviar para esta empresa a los Padres Manuel Querini y Matías Strobel, quienes íntegramente se dedicarían a la conversión de los Pampas.
Nada dice Lozano ni Sanchez Labrador sobre las condiciones que puso Machoni para tomar a su cuidado las nuevas reducciones. Sabemos no obstante que además de exigir que anualmente se entregaran doscientos pesos por cada misionero que trabajara entre los Pampas, propuso las cinco condiciones siguientes:
Primera: que dichos indios Pampas se pusieran en cabeza del Rey y no fuesen sometidos a ningún encomendero. Segunda : que se hiciese el pueblo por lo menos cuarenta leguas distantes de la ciudad de Buenos Aíres, por las malas consecuencias que suele tener la inmediata vecindad de los españoles y el trato continuo de los neófitos con ellos. Tercera: que en caso de ser invadido aquel pueblo por indios enemigos, se les diese a los indios algunas armas, y el gobernador los socorriese
con alguna gente para su defensa. Cuarta: que si para alguna expedición se quisieran los españoles valer de estos indiOS, fuese con dependencia de los Padres misioneros, para que estos señalasen los que fuesen más apropósito, como se practicaba en las demás reducciones de aquellas provincias. Quinta : que el gobernador encargase a los indios la obediencia a los misioneros, haciéndoles formar de ellos tal concepto, que se persuadiesen que no tenían estos otro fin, que su mayor bien espiritual y temporal.
El Gobernador y el Cabildo de Buenos Aires, agrega Lozano
, aceptaron complacidos las condiciones, pues así tomaba la Compañía a su cuidado un asunto de tanta trascendencia. A fin de que los Padres tuvieran con qué comenzar la fundación de la nueva Reducción, tanto el Cabildo como el Sr. Gobernador determinaron que algunos de los ciudadanos más representativos pidieran recursos a los vecinos más pudientes de la ciudad. Para que esto tuviera mejor éxito, quiso el mismo Gobernador ser uno de los recolectores, y hubiera llevado a cabo su propósito si una enfermedad no le hubiera postrado en cama. Nombró entonces para que ocuparan su puesto al maestre de campo, el Sr. Ignacio Garri, y al capitán de las milicias, Sr. Francisco Lobato. El Cabildo, por su parte, nombró a este fin a su alcalde de segunas voto, Sr. Juan de Eguía y al cabildante Sr. Bartolomé Montaner. A ambos comisionó para que en nombre del Cabildo hicieran la colecta.
Estos cuatro caballeros, todos de la mayor notoriedad, salieron en compañía del P. Querini para solicitar de los vecinos su óbolo y ayuda, al propio tiempo que el cabildante Sr. José Arellano hacía lo mismo en las haciendas de los españoles que vivían en los campos cercanos a Buenos Aíres. En muy poco tiempo se pudieron recolectar setecientos pesos de plata, mil ovejas y otras tantas vacas. Quienes se distinguieron por su generosidad en esta oportunidad fueron en primer término el Sr. Gobernador, D. Miguel Salcedo, el Alférez real Sr. José González, el Alcalde de la S. H., Sr. José Arellano, el Sr. Francisco Vasurco, el Sr. Antonio Martínez, el S. Juan Narbona, la Sra. Ana Casal, viuda del Sr. Baltasar Ros, que fue otrora gobernador del Paraguay y después vicegobernador del Río de la Plata. La gratitud exige que el nombre de estas personas sea perenne.
“Mientras en la ciudad se disponían así las cosas [en los meses de abril y mayo de 1740], había partido el P. Matías Strobel con los caciques de los Pampas y con algunos soldados, que protegieran a los expedicionarios, en busca de un lugar que fuera el más adecuado para la Reducción a fundarse. No fueron leves las dificultades con que se tropezó para obtener esto, ya que los indios querían morar cerca de la ciudad, y era menester alejarlos de los Pampas Serranos, sus enemigos, y por otra parte convenía que no pudieran comunicarse en demasía con los españoles, ya que se ha visto que ese trato impide, a las veces, el que se informen bien de la moral cristiana.
“Por esto el Padre Strobel se empeñaba en alejar la Reducción, ubicándola en un punto más remoto [de Buenos Aires]. A fin de conseguir este objetivo había el Sr. Gobernador llamado a los caciques y les había hablado y con toda su autoridad inculcado, antes que nada, la obediencia total y el respeto a los Padres y en segundo término les manifestó que no podía donarles tierra alguna en las cercanías de las estancias de los españoles, ya que todas ellas tenían sus dueños. Por esta causa sólo le quedaban las tierras del otro lado del río Saladillo, las cuales por otra parte eran las que había elegido el P. Strobel como las más adecuadas para la Reducción; debían, pues, contentarse con ellas. Los dichos caciques oyeron todo esto; no se atrevieron a replicar y creyeron mejor no poner obstáculo alguno a tal decisión.
‘Estando los caciques con esta buena disposición y temiéndose que alguna demora pudiera alterar el curso favorable de las cosas, se urgió de tal suerte el negocio que el día 9 del mes de mayo partieran los Padres llevando consigo a algunos indios Guaraníes, peritos en carpintería, y en otros oficios, a fin de dar principios a la deseada fundación. El mismo día, el Capitán Juan de San Martín intimó a todos los Pampas que querían vivir bajo la protección de los españoles y que quisieran tenerle a él por un jefe, que se mudaran al lugar señalado para Reducción. Con su actividad consiguió el Capitán que todos los Pampas se fueran hacia la Isla o monte del Espíritu Santo donde él y los Padres los esperaban.
“Con unas palabras bien cristianas y bien ponderadas expuso el Capitán a los indios la obligación que tenían de obedecer a Cristo y a su Evangelio, y para esto ser fieles a los Padres de la Compañía; sólo así serían verdaderos vasallos del Rey Católico. A continuación les manifestó el P. Manuel [Querini] los provechos materiales y espirituales que les reportaría la vida en Reducción si se conformaban con ella. Todos los Pampas dieron la afirmativa a sus palabras. Finalmente el Capitán entregó solemnemente a los Padres a aquellos indios y haciendo que los Misioneros ocuparan el lugar de honor en que él se hallaba, regresó a la ciudad, después de despedirse de todos ellos.
“El día 21 de mayo siguieron los Padres su ruta en compañía de los indios y llegaron a las isla de Todos los Santos, donde tuvieron que detenerse durante dos días a causa de las continuas lluvias. La esposa del principal cacique Manchado sintióse gravemente indispuesta y pidió ardientemente el ser bautizada. Se la preparó y con grande devoción recibió el Santo Bautismo y poco después la Extrema Unción, y en medio de fervorosos actos de virtud y cuando se le hacía la recomendación del alma, pasó de esta vida mortal, siendo las primicias felices de la nueva Reducción. Al lugar de ésta llegaron al siguiente día, que fue el 26 de mayo, así los Padres como los Indios.
Debemos este relato tan circunstanciado al P. Lozano, pero creemos que incurrió en un quid pro quo al aseverar que el Capitán San Martín con los Padres llegaron primeramente a la Isla o monte del Espíritu Santo y unos diez días más tarde al de Todos Santos. Sí como ha demostrado el doctor Outes el Río de Todos Santos es el actual Samborombón, y cerca se ha- llaba la isla del mismo nombre y la población del mismo nombre, la Magdalena actual, habremos de afirmar que la isla o monte del Espíritu Santo, y el villorio del mismo nombre, se encontraba más al sur, o sea, sobre el Río Salado.
Falkner y Cano y Olmedilla parecen indicar que la Isla de Todos Santos era toda la región comprendida entre el Samborombón, el Salado y el Río de la Plata. El cuanto al Espíritu Santo, el segundo de dichos cartógrafos lo consigna al sud-este del Salado y muy cerca de donde se fundó después la Reducción de la Concepción.
No bíen regresó el P. Strobel con la noticia de haberse hallado un lugar adecuado para población, ordenó el Gobernador
que todos los indios que merodeaban por la ciudad y sus afueras se congregaran en un “lugar señalado”. Ignoramos cuál fuera este “lugar señalado”, pero es muy probable que fuera el “paso del Riachuelo”, o Puente de Galvez, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires. No pudo ser un punto muy lejano de ésta, pues el mismo Sánchez Labrador nos dice que “llegaron todos al dicho lugar el día ocho de mayo del año de 1740”; por otra parte Lozano dice que la caravana partió de Buenos Aires al día siguiente, o sea, el 9 de mayo.
Según Lozano el viaje de Buenos Aíres al sitio donde se debía fundar la Reducción duró diez y siete días, o sea, desde el 9 hasta el 26 de mayo, habiéndose empleado diez a once días hasta lo que él llama Isla del Espíritu Santo y que fue en verdad Isla de Todos Santos, o paso del Samborombón, y seis o siete días, contando dos en que por las lluvias no pudieron viajar, desde aquel punto hasta el de la Reducción. Como la distancia total entre ésta y Buenos Aires en línea irregular era de unas cuarenta leguas, hemos de colegír que la Isla de Todos Santos, que Lozano confunde con la del Espíritu Santo, distaba de Buenos Aires unas treinta leguas, o sea la distancia existente entre aquella ciudad y el Río Samborombón. Las diez leguas restantes, entre este Río y el Salado las hicieron los Misioneros en los cuatro o cinco días restantes.
El camino que siguieron fue sin duda el tradicional. Partiendo del Colegio de San Ignacio, llegaron los Padres y los caciques hasta el Fuerte para despedirse allí del Gobernador. Allí se les agregó el Capitán Juan de San Martín con alguna tropa. Recorrerían a continuación o el camino de la playa, poco practicable, o el que es ahora calle Defensa hasta la altura de la actual calle Caseros, donde, tomando por la derecha, entraron a la carretera que llevaba al Puente de Galvez o Puente de Barracas.
Probable es que la concurrencia en la plaza y calles de la ciudad fuera inusitada así en número como en animación. La fundación de la Reducción de los Pampas fue considerada entonces como un acontecimiento de trascendentales consecuencias, ya que no tan sólo la prosperidad pero aun la misma vida de la ciudad de Buenos Aires estribaba en el éxito de las Reducciones de Pampas.
Una vez franqueado el Riachuelo dirigióse la caravana a Quilmes y La Ensenada bordeando los terrenos elevados que dominan los anegadizos ribereños. “A poco de salvar el arroyo Santiago, el camino se bifurcaba: uno de los ramales se dirigía al 5 E, para morir en el Pueblo de las Islas (Magdalena): el otro, con rumbo 5 1/4 al 5 E — se desenvolvía al E de la Cañada Larga, transponía el Samborombón al 5 E de la ‘isla” Todos Santos (campos limitados por aquel río y el actual arroyo Todos Santos), continuaba al E de las lagunas de Las Mulas, Limpía y de La Viuda, y salvaba el Salado por el Paso de Las Piedras”.
Por el Paso de Las Piedras o por otro más arriba denominado Paso del Callejón o por un tercero más abajo, denominado aun hoy día Paso del Bote. Junto al segundo de estos pasos se encuentra un albardón o loma poblada de árboles, que era lo que se entendía por isla. “Llámanse islas, escribe el P. Peramás, unos pedacitos de selvas en medio del camino que van cortando las Pampas” y precisamente uno de los caminos, el que cruzaba por el Paso del Callejón tenía en sus inmediaciones la isla del Espíritu Santo. Era ése, por otra parte, un punto muy adecuado para cruzar el Salado, por su escasa profundidad, según asevera el Padre Falkner .
A este Paso del Callejón llegaron los Padres con sus indios el día 25 de mayo, según se colige de la manera de hablar de Lozano. “Al siguiente día, que fue el 26 de mayo, así los Padres como los indios”, llegaron al sitio donde debía fundarse el pueblo, según asevera el gran historiador de la Compañía de Jesús, sin indicar en forma explícita cual era el día, en que arribaron al Paso, los Misioneros con los indios,
A orillas del Samborombón habíase despedido de los Misioneros el Capitán Juan de San Martín, después de exhortar a los indios a ser fieles a los Padres, y había aquel valiente soldado regresado a la ciudad de Buenos Aíres, mientras los Padres Strobel y Querini montados sobre sendos caballos y rodeados de los caciques Pampas y de los indios que con ellos iban, penetraban en el desierto para radicarse en él.
Ni eran tan sólo jinetes quienes formaban en aquella caravana. Carretones tirados por bueyes y llenos de utensilios domésticos, acémilas llevando cargamentos de objetos caseros, indios enancados sobre sus envueltas tiendas o sobre abigarrado matalotaje, chusma de niños y mujeres, noveles pero atrevidos jinetes los primeros, amazonas rodeadas de perros las segundas, todo eso y mucho más iba unas veces a la vanguardia, otras a la deriva de aquellos dos hombres excepcionales que paran al austro para fundar en él las primeras poblaciones argentinas al sur del Salado. No hemos de proseguir en nuestro relato sin antes detenernos para conocer a los hombres que dieron principios a esta misión de los Pampas y para determinar con exactitud y precisión el paraje en que ella se estableció.
En primer término destácase el R. P. Provincial Antonio Machoni que tan generosamente cooperó a los proyectos del Gobernador y del Cabildo bonaerense. No es Machoni un desconocido de los estudiosos del pasado argentino ya que su Arte de la lengua lule sigue siendo uno de los libros glóticos más comentados por cuantos se ocupan de aquellos indígenas del Tucumán.
Había nacido en Cagliarí de Cerdeña el 10 de octubre de 1671 e ingresado en la Compañía de Jesús el 23 de noviembre de 1688. Once años más tarde, y cuando había terminado el estudio de la filosofía, pasó Machoni al Rio de la Plata en la expedición del P. Ignacio de Frias. Los registros navieros nos dicen que era “mediano de cuerpo, trigueño y de pelo negro”.
Los rasgos fundamentales de su retrato moral e intelectual los hallamos en el Catalogus Secretus de 1730, con correcciones y aditamentos de fecha posterior. Allí se lee que Dios había dado al joven Jesuita sardo un talento mediocre, un criterio regular y exigua prudencia. Con posterioridad estas calificaciones fueron rectificadas en esta forma: talento bueno, buen criterio y alguna prudencia. Se agrega que su progreso en el estudio de las humanidades fue bueno, que su carácter era tranquilo y que sus habilidades eran para todos los ministerios espirituales sin distinción, pero sobre todo para la instrucción de los indios y Españoles.
Hecha la profesión religiosa en 1708 le destinaron los superiores a Buenos Aíres con el cargo de Procurador del Colegio y operario. Seis u ocho años después fue elegido para las Misiones de Indios lules y al efecto pasó al Tucumán. Con todo el ardor de su juvenil espíritu consagróse a esta labor hasta que en 1725 el Visitador y Provincial, P. Antonio Garriga, le sacó de en medio de sus queridos Lules, y le destinó a Córdoba con el cargo trascendental de Maestro de Novicios. Allí le hallamos ejerciendo este oficio en 1729 y en 1735, si bien tuvo que interrumpirlo en 1731 al ser electo por la XIX Congregación Provincial para representar a la Provincia del Paraguay ante las Cortes de Madrid y Roma.
Muy importantes fueron los servicios que prestó el P. Machoni en esta oportunidad, pero solo recordaremos que durante su estadía en España y en Italia editó la Descripción Chorográfica del Gran Chaco Gualamba que había compuesto el
P. Pedro Lozano, publicó dos de sus propias producciones, el volumen de biografías de misioneros sardos  y su tan estimado Arte y Vocabulario de la lengua Lule .
Regresó Machoni en 1734 trayendo todas estas obras impresas y lo que en aquellos momentos valía mucho más, trayendo una numerosa y lucida expedición de Misioneros. Entre ellos se hallaban jóvenes que con el correr de los años habrían de ser egregios misioneros como lo fueron Juan Mesner, Ignacio Cierhaim, Juan de Quesada, Francisco Navalón, Pedro Juan Andreu, Antonio Guasp o Guasch, Pedro Artigues y Miguel Soto. Entre ellos estaban también los PP. Juan Escandón, Manuel Vergara, José de Guevara y Gaspar Pfitzer que ocuparon con gran predicamento las cátedras de la Universidad de Córdoba. Entre ellos estaba también un simpático, fervoroso e inteligentísimo joven manchego a quien la historia conoce con el nombre de José Sánchez Labrador. A la sazón sólo tenía diez y siete años de edad el que con el transcurso de los años había de ser, a la par de Falkner, el más egregio historiador de los indios Pampas.
A su regreso de Europa siguió el P. Machoni con su cargo de Maestro de Novicios, al que en ese año le agregó el Provincial P. Jaime Aguilar, el de Prefecto de espíritu de los juniores y coadjutores. Al año siguiente se le agregó el cargo de dar las Pláticas de Comunidad, pero todos estos trabajos los tuvo que abandonar al ser nombrado el 10 de enero de 1739 para gobernar toda la Provincia, como la gobernó hasta el 10 de febrero de 1743.
Terminado su provincialato fue designado rector del Colegio Máximo y Universidad de’ Córdoba y allí se hallaba cuando terminó santamente sus días el 25 de julio de 1753. Coincidió su deceso con la aparición en Madrid de la segunda edición de su voluminoso libro sobre el Arte de gobernar, cuya edición prínceps es de 1750” (45).
Tal fue el hombre excepcional que gobernaba la Provincia Jesuítica del Río de la Plata cuando se ofreció la oportunidad de entablar las misiones entre los Pampas. Muy parecido a él, así en su temperamento como en los rasgos sobresalientes de sus actividades, fue el P. Manuel Querini, a quien Machoni escogió juntamente con el P. Matías Strobel para aquellas fundaciones.
Querini no era italiano, como Machoni, sino griego, natural de las isla de Zante. Allí vio la luz a 29 de mayo de 1694. En 12 de enero de 1711, hallándose en Loreto, Italia, ingresó en la Compañía de Jesús y seis años más tarde, terminado su noviciado en Roma y terminados los estudios de filosofía, llegó al Río de la Plata en la expedición de misioneros que en 1717 trajo el P. Bartolomé Jiménez,
Terminados sus estudios en Córdoba, fue elevado al sacerdocio en 1720 y destinado poco después a enseñar las humanidades en el Colegio Máximo y Colegio de Monserrat. Debió de ser una visión rara y una singular dicha el oír al joven heleno comentar en este elegido rincón del nuevo mundo las aladas odas de Píndaro o las roqueñas filípicas de Demóstenes, sus egregios connacionales.
Pero vióse forzado a dejar a los poetas y oradores para ocuparse de las doctrinas aristotélicas y en su nueva ocupación, asevera Peramás, llegó a tener egregios discípulos. Por razones que ignoramos dejó, años más tarde, esta cátedra y fue trasladado al Colegio de Buenos Aires donde se hallaba cuando en 1729 obtuvo ser enviado a las misiones de los Guaraníes. Cuatro años más tarde le hallamos de cura en la Candelaria, y Superior general de todas las reducciones de Guaraníes. En 1738 fue nombrado rector del Colegio de la Asunción.
Por razones de su oficio hallábase casualmente en Buenos Aires el P. Querini cuando fué escogido por el P. Machoni para la misión de los Pampas, como ya hemos consignado. Cual fue su labor en esta empresa la veremos y admiraremos más adelante. Recordemos tan sólo aquí que después de haber trabajado heroicamente entre los Pampas, le destinaron los Superiores para gobernar el Colegio de Buenos Aires y que en agosto de 1747 fue nombrado Provincial, cargo que desempeñó hasta el año de 1751. Pasó después a gobernar el Colegio Máximo y la Universidad de Córdoba, y en 1758 era Maestro de Novicios en la misma ciudad. Expulsado del país en 1767, se ubicó en Faenza donde moró hasta su deceso acaecido en 1776, a los ochenta y dos años de su edad.
Figura también verdaderamente prócer y digna de aparecer al lado de los Machonis y Querinis es la de aquel eximio misionero alemán que se llamó Matías Strobel. Era natural de Murepont, llamado también Brack an der Mur, en Alemania. Nacido el día 18 de febrero de 1696, ingresó en la Compañía de Jesús a los diez y siete años de edad, el 28 de octubre de 1713. Terminados sus estudios, pasó a Viena, donde enseñaba las letras humanas cuando obtuvo ser enviado a las misiones del Paraguay. Partió de Sevilla en diciembre de 1728 y a mediados del siguiente año llegó a Buenos Aires.
En 1732 estaba al frente del pueblo guaranítico de Jesús y sabemos que gobernó esa reducción durante siete años hasta que en 1739 fue llamado para ocupar una cátedra en el Colegio Grande de Buenos Aires, pero al año fue enviado a Corrientes con el cargo de rector del Colegio que allí tenían los Jesuitas. Cuando a principios de 1740 los Jesuítas se hicieron cargo de la misión de los Pampas, fue Strobel elegido porque “era el único que sabía la lengua” de esos indios, según se hizo constar en la Consulta de Provincia.
De su larga y benemérita actuación entre los Pampas de la Reducción de la Concepción y entre los Serranos de la Reducción de Nuestra Señora del Pilar, en lo que es ahora Mar del Plata, nos ocuparemos extensamente en su propio lugar. Aquí sólo recordaremos que se hallaba en el primero de dichos pueblos cuando en 25 de agosto de 1745 determinaron los Superiores de la Compañía que fuera él como superior de los Jesuitas, P. P. José Quiroga y José Cardiel, que debían a fines de ese año emprender la expedición a la Patagonia, como relataremos más adelante. Al regresar de ella escribió una significativa memoria o carta al Marqués de la Ensenada y poco después regresó el P. Strobel a las misiones de los Pampas, habiendo sido él quien reemplazó al P. Cardiel en la Reducción del Pilar o de Mar del Plata. Arruinado este pueblo pasó Strobel a Buenos Aires y desde el 15 de junio de 1752 hasta el 7 de febrero de 1754 tuvo el cargo de superior general de las Misiones Guaraníes, correspondiéndole por tanto una intervención prominente en los desgraciados sucesos de 1750-1762.
En febrero del año 1754, pasó al pueblo de Jesús, de las misiones guaraníticas. Meses más tarde se hallaba “muy malo y perdida de una vez la salud, padeciendo continuos y grandes dolores de riñones”. Como es sabido, la fábula del Rey Nicolás tuvo su origen en la persona y hechos de Strobel. El Gobernador de Buenos Aires decía que le habían asegurado que algunas personas habían visto un documento cuyo acápite decía así: “Yo el Emperador de las Misiones del Paraguay y General de la Compañía de Jesús al P. Matías Strobel, mi virrey de dichas Misiones y Superior de todas ellas...” . Pasó Strobel los últimos diez años de vida en nuestro país con el cargo de padre espiritual de los misioneros de Guaraníes, residiendo habitualmente en el pueblo de Loreto. Desterrado en 1767-1768, llegó al Puerto de Santa María a mediados del año 1768 y en 30 de setiembre del siguiente falleció en dicha localidad.
Tales eran los hombres que iniciaron las reducciones de los Pampas con la fundación del pueblo de Nuestra Señora de la Concepción. Como ya dijimos fue el P. Strobel quien eligió el sitio en que debía establecerse, y en el cual efectivamente se ubicó aunque a los pocos años fue menester trasladarlo más al suroeste.
El P. José Cardiel en su mapa de 1748, publicado por el Dr. Félix Outes, consigna lo que él llama el “Pueblo viejo” de la Concepción al sureste y como a una legua del Salado,
que él llama Saladillo, y sobre un tributario del mismo denominado Río Dulce . “No cabe dudar, escribía Lozano con referencía a la primera ubicación del pueblo, que el lugar escogido era amenísimo, ya que abunda en fuentecillas de agua dulce, las que forman después un arroyo que va a desaguar en el río Salado, el cual a su vez desemboca en el Río Plata a la altura del Cabo Blanco. Hay en el lugar de la Reducción una abundancia de hermosos bosquecillos de arbustos y aun de árboles mayores. La tierra misma es fértil, y no hay en ella hormigas que devasten las mieses como en otras partes. Los campos abundan en avestruces, jabalíes, y  en otros animales comestibles, y sobre todo en caballos salvajes. Por la parte de Oriente, y desde la misma Reducción, se ve el mar, mientras por la parte septentrional está el Río Salado, de suerte que entre éste y el mar se halla la Reducción con praderas donde pacen muchos miles de vacas.
El P. Strobel, en una carta del 3 de octubre de 1740, después de describir el lugar en líneas análogas a las de Lozano, anotando que la región era “rica en jabalíes, perdices, perros salvajes que parecen tapires, avestruces (mas chicas que las africanas) e innumerables caballos”, afirma que ya entonces estaba la Reducción “guardada por una zanja que tiene dos varas de profundidad y dos de anchura”.
No es fácil determinar el punto donde se ubicó la Reducción, antes de ser trasladada en 1743 ó 1744. Sin distinguir entre una y otra localidad y época, consigna Peramás que las coordenadas eran 36° 20’ de latitud austral y 322° 20’ de longitud mientras que Sánchez Labrador señala 30° 20’ de latítud y 322° 20’ de longitud, y agrega que está “casi en un mismo meridiano con Montevideo, o en los 322 grados, 20 minutos”. Dobrizhoffer, por su parte dice que “la Reducción de la Concepción está bajo 32° 20’ de longitud y 36° 20’ de latitud”.
Ante esta variedad desconcertante de coordenadas, habremos de prescindir de todas ellas y atenernos a otras pruebas. Una que creemos de la mayor importancia es el mapa del P. Cardiel, hombre minucioso por lo general en sus asertos y que no una, sino varias, o muchas veces, estuvo así en lo que fue la primera como en lo que fue la segunda ubicación del pueblo de la Concepción. En dicho mapa consigna al sur del Salado y sobre la margen oriental de uno de sus afluentes, el Arroyo Dulce, lo que él denomina Pueblo viejo. Su distancia del Océano es de cuatro leguas, y su distancia del Salado es de apenas una legua.
Actualmente lleva el nombre de Arroyo Dulce un afluente del Salado que dista precisamente unas cuatro leguas del Océano y donde se han hallado y se hallan aún no pocos objetos que indican haber existido allí un núcleo de población. Una loma de escasa elevación se inicia al Este de dicho Arroyo Dulce, llamado así por la calidad de sus aguas, y tomando los nombres, modernos sin duda, de Isla de Santa Isabel, Isla de Garro e Isla de Andrés o San Andrés se prolonga en una extensión de unos mil quinientos metros sobre la ribera del mismo Salado. La anchura de dicha lomada, o sucesión de lomas, es de unos doscientos a trescientos metros. Aquí tal vez deba ubicarse la primitiva Reducción, en terrenos que formaron parte de lo que se llamó otrora Rincón de López y hoy son campos que pertenecen a la testamentaría de Damasia Sáenz Valiente del Barreto.
Se opone a esta ubicación de la Reducción el que Lozano, que escribía antes de ser ella trasladada, diga que “ad orientem spectatur e Reductione mare”, “por la parte del oriente se contempla el mar desde la Reducción”, ya que en aquella ubicación la Reducción distaba del Océano más de veinte kilómetros y toda aquella región es llana con muy leves prominencias. Agrega, además, Lozano que la región abundaba en pequeños manantiales de agua dulce, los que formaban un arroyo nada despreciable, el cual desaguaba en el Río Salado”, Dichos manantiales de agua dulce sólo se hallan y abundantes, como dice Lozano, en el extremo noreste de lo que se llamó Rincón de López y sobre la margen occidental de lp que ahora se denomina Arroyo de la Estancia y que a juicio del doctor Outes es el Arroyo Dulce a que alude el P. Cardiel.
El P. Sánchez Salvador confirma plenamente lo que llevamos dicho sobre la ubicación de la Reducción al decirnos que el lugar era recomendable por hallarse a “inmediación del Salado, abundantísimo en pescado, y mucho más un arroyo y unas fuentes, o manantiales de aguas potables y dulces, que salen de los arenales, en las orillas y riberas del Río de la Plata”, arenales o dunas que existen efectivamente a lo largo del Arroyo de la Estancia y de lós que manan dichas fuentes o manantiales.
Por otra parte es un hecho innegable que la Reducción se había ubicado en terrenos bajos que con las crecientes del Salado o de sus afluentes quedaban totalmente inundados. En 3 de octubre de 1740 escribía el P. Strobel que la región era baja y expuesta a las inundaciones, y en 1742 manifestaba que estaba el pueblo en una “pampa rasa y nunca cultivada”. Sánchez Labrador, a su vez, agrega que en un año de muchas lluvias “inundóse toda aquella tierra, quedando laguna sin utilidad para labrar las sementeras”.
Como según los vecinos actuales de lo que fué Rincón de López, eran y son tierras más inundables las orientales a orillas del Arroyo de la Estancia que los más occidentales a orillas del Arroyo Dulce, habremos de considerar aquella y no esta localidad como el punto donde se ubicó en 1740 la Reducción de la Concepción.
“La fundación de esta Reducción, escribe Sánchez Labrador, se cuenta desde el 26 de mayo del año de 1740, día en que los Misioneros llegaron al lugar escogido, enarbolaron una hermosa Cruz y celebraron los Sagrados Misterios”.
Por su parte escribe el P. José Peramás en la vida del P. Querini que “el día consagrado a la Ascensión del Señor, que era el 26 de mayo, llegaron al paraje designado. Levantada allí la Cruz, y puesto el altar portátil, los Padres celebraron el Santo Sacrificio de la Misa”.
No es probable que aquella Cruz la hicieran allí mismo, sino que fue llevada desde Buenos Aíres. El decir el P. Sánchez Labrador que era “hermosa” parece indicar que era toda una obra de carpintería, no un tosco travesaño de ramas o maderas, cortadas o unidas a la ligera.
Quedó levantada al sur del Salado el signo de la Redención y junto al mismo el altar portátil, sobre el que se dijeron en aquel día dos misas, las primeras que se rezaron en aquellas regiones de la actual Provincia de Buenos Aires. Cual fuera la indole de aquel improvisado Altar es dado colegirlo por lo que nos dice el P. Cardiel acerca del que él utilizó. Otro Misionero, el P. Bernardo Havestadt, nos ha dejado un sencillo pero expresivo dibujo del que él usó en sus correrías apostólicas allende los Andes. Como nos dice Cardiel y dibuja Havestadt no era tan sólo una mesa con sus respectivas velas y Cruz sino que se componía además de “una tienda de Campaña o toldo que sirviese de Capilla”. Como el objeto del dicho toldo o capillita era para resguardar al altar, consistía tan sólo en una especie de sombrilla grande con laderas de tela o lona que llegaban hasta el suelo, quedando abierta la parte por donde habrían de oír la Misa los fieles.
Allí estaban los Misioneros, diciendo el uno y ayudando el otro, aquella primera Misa en medio de la Pampa. A continuación de ellos, perplejos pero atentos a cuanto acaecía, estaban los caciques Marike y Tschanantuya y rodeándoles en actitud no menos atenta, toda la indiada con su variada vestimenta y caprichosos colores, con todo su afán de conocer la nueva vida que para ellos se iniciaba en aquel día.
Sánchez Labrador, a continuación de las palabras suyas que acabamos de transcribir, agrega que “después diéronse los cargos y varas de justicia a los indios principales, según la disposición del Señor Gobernador”.
Peramás, por su parte, después de las frases que arriba consignamos escribe que “después de esto, unos Guaraníes de buena voluntad que consigo había llevado el P. Strobel, se empeñaron con tesón en construir el templo, y en levantar unas chozas donde habitasen los Padres y los mismos Pampas. Púdose adornar bastante el sagrado templo gracias a los obsequios que a ese fin habían donado los ciudadanos de Buenos Aires.
“Para el orden civil, agrega Peramás, fue hecho jefe de los indios aquel mismo cacique, cuya esposa murió en el camino y, conforme a la voluntad del Señor Gobernador, se dieron cargos inferiores a otros indios”. Aunque el P. Sánchez parece indicar que esta constitución jurídico-política del pueblo se realizó el primer día, después de las Misas, Peramás parece indicar que fue algunos meses o semanas después, lo cual nos parece más probable.
Desde el primer momento, escribía después el Padre Lozano,”comenzaron los indios a sentir gusto en estar en un pueblo, y fue tan grande su satisfacción que se pusieron a formar su pueblecillo, colocando sus carpas o toldos en filas, formando calles y plaza. En medio de ésta se levantaba el signo de la Cruz”.
Esto escribía Lozano algunos años después de fundado el pueblo, pero Strobel, que escribía a los pocos meses, en 3 de octubre de 1740, decía entonces que “la nueva Reducción consta de 350 almas …, y se compone de dos casas, construidas de troncos de árboles, limo y lodo, Del mismo material
está construyéndose la iglesia; por el momento se usa como tal una Capilla-capa hecha de pieles de bueyes”. Sánchez Labrador, por su parte, escribía años más tarde, que en aquella oportunidad “iban con los Padres algunos oficiales trabajadores para levantar unas chozas, en que vivir, cuya fábrica les costó poco, porque no se emplearon otros materiales que unos viles palos y alguna paja. Los indios por entonces se quedaron en sus toldos”. Tal fue la Reducción muy en sus principios pues bien pronto comenzaron los Misioneros a dar forma a la misma con casas para los indios, las cuales estaban construidas de ladrillo y de adobe, como se dirá más adelante.
“Los primeros fundadores del pueblo, escribe Lozano, fueron los cuatro caciques de las Pampas Caraihet, o sea, Don Lorenzo Manchado, D. José Acazuzo, D. Lorenzo Massiel, D. Pedro Milán, y un Cacique de los Pampas Serranos D. Yabati: las familias de éstos excedían de trescientas personas. Había esperanza que de día en día aumentarían éstas con la agregación de otros Pampas, que seguían viviendo en las selvas. También con el agregado de otros infieles que llegaron a tener noticia del pueblo o tuvieran ocasión de visitarlo y ver cuán bien allí se estaba.
Para la buena disposición de todo ayudó grandemente la presencia del Maestre de Campo, quien, en presencia del P. Manuel Querini, después de indicar las cosas necesarias para la buena marcha del pueblo, constituyó el Cabildo con los cinco Caciques y habiendo dividido entre ellos los regalos que llevaba a este fin, exhortó a todos a la unión y al respeto para con el Cabildo recién formado.
“Todo esto agradó a los Pampas y por eso se entregaron a la labor de cortar maderos para con ellos hacer la Casa de Dios y la habitación de los Padres. Después y bajo la dirección de los Indios Guaraníes, se pusieron a trabajar en la madera. Con razón se admiraban todos de que unos Indios entregados enteramente al ocio hasta ese momento, comenzaron a trabajar con tanto afán que era menester irles a la mano. El ver a los Padres tan preocupados por ellos les estimuló a ser así generosos para con sus Misioneros, de cuyo afecto no podían dudar. Por esto, cuando se comprobó que no estaban seguros contra las invasiones de los Pampas Serranos, bastó una palabra de los Padres para que se pusieran a construir profundas fosas alrededor de todo el pueblo, obra de alientos que terminaron en menos de seis meses. Después se les indujo a que trabajaran la tierra, valiéndose del arado y que se dedicaran a la agricultura, a fin de que tuviesen los medios necesarios para la subsistencia.
“La experiencia ha enseñado que los Indios se resisten a formar pueblo sí no ven que así unidos en comunidad tienen seguridad contra sus enemigos. Por otra parte es menester alimentarlos, porque si han de salir a cazar lo que les fuere menester, es imposible tenerlos a mano para las clases de religión. Como se viese que la nueva Reducción tenía ambos requisitos, seguridad y provisiones, se aplicaron a lo más importante, esto es, a transformar esos troncos en seres racionales para después elevarlos a ser buenos cristianos.
‘Por la mañana y por la tarde se reunía a los pobladores indígenas y se les exponía la Doctrina Cristiana. Para que la fueran aprendiendo de memoria, ellos con los Padres la recitaban en alta voz. Todos los párvulos fueron bautizados, como también los adultos que estaban dispuestos y lo pedían ardientemente. Estos se aplicaban empeñosamente al estudio del Catecismo y hasta azotaban a sus hijos si los veían flojos en las cosas de Dios.
“Las cosas que iban aprendiendo en la Doctrina las repetían después por la noche, a iniciativa propia, y sí algo se les había olvidado o no entendían, venían a pedir explicaciones, aun muy entrada la noche, para que los Padres se lo enseñaran nuevamente. Tan copioso fue el fruto que daban estas almas, que era cosa de maravillarse y llevaba a la convicción de que había llegado el tiempo de convertir a estas gentes, hasta ayer y durante siglos más duros que las piedras. Lo que más admiró desde el principio fue la decisión con que ellos mismos cortaron todo lo que podía inducirlos a la borrachera. Parecía que jamás se podría ni desear ni esperar tal rosa de estos indios. Hemos de creer que la Santísima Virgen quiso hacer este milagro premiando así los esfuerzos de esos sus Misioneros. Cierto es que ellos de tal manera se preocupaban del pueblo que sucedió que una criaturita de sólo cuatro años, estando en agonía y delirando, lo pasó recitando el Padre Nuestro. Bautizada, pasó a gozar de Dios. Otra criaturita nació de tal suerte que se creía que estaba muerta, y así la iban a enterrar en el campo; pasó cerca el P. Querini y viendo que estaba viva, la bautizó. Murió poco después. Todos estos y otros muchos casos proporcionaban grandes satisfacciones a los Misioneros y confirmaban a los Pampas en su nuevo género de vida.
A estas noticias de Lozano podemos agregar las más abundantes que nos ofrece Sánchez Labrador: “Acomodados los Misioneros y los Indios, según se ha dicho, procuraron luego aquéllos cumplir con su Ministerio y doctrinar los Indios. Todos los días los juntaban al toque de una campanilla dos veces, una por la mañana, y otra por la tarde. Para más aficionarlos al rezo y cosas espirituales, les regalaban algunas cosillas que ellos estimaban y a los chicos ganaban con golosinas, pasas, bizcocho, etc., cumpliéndose aquí a la letra lo del Apóstol de las gentes: Prius quod animale, deinde quod spiritale. Al principio se les explicaba la Doctrina cristiana en lengua Española, porque muchos de los Indios, como criados tu las Haciendas de los Españoles, de algún modo la sabían.
Advirtieron después los Misioneros, que eran muchos más los que no entendían lo que se les decía; y que todos no penetraban el sentido español, por no ser su idioma. Con esta experiencia se aplicaron los Misioneros a aprender su propia lengua, lo que les costó notable trabajo. Ningún indio quería servirles de maestro, ni podían conquistar sus voluntades ni con continuas dádivas. El P. Strobel consiguió que una buena vieja le enseñara y se hizo dueño del idioma, de manera que en él compuso el Catecismo (52) y podía explicarlo. Pero tuvieron los Misioneros que vencer otra dificultad, no poco ardua. El Padre les hacía en su idioma las preguntas de la Doctrina cristiana: pero los indios no le querían responder, porque decían que la lengua de los Pampas no era lengua cristiana. De modo que en lengua española no entendían la Doctrina: y puesta ésta en su idioma, ni respondían, ni querían aprenderla, con que tenían en tortura los corazones de los Misioneros. Ayudó también mucho a la obstinación de los indios la diversidad de lenguas, que había entre ellos. El Padre Strobel aprendió la más general, y la que todos entendían y hablaban muy bien: pero los indios, que no la tenían por suya propia, se desdeñaban de responder al Padre en ella. Por fin se resolvieron los Misioneros a proseguir el catecismo en la lengua española, y sacar del mejor modo que podían el fruto que deseaban.Empezaron también los Misioneros a administrar el Sacramento del Bautismo a los párvulos, y a algunos adultos de los más dóciles e instruidos. Al principio hubo alguna dificultad, en que dejasen bautizar a sus hijos, por la aprensión diabólica, de que las saludables aguas les quitaban la vida, tentación común de los indios americanos a los primeros pasos de su conversión; pero con el favor de Dios les hicieron conocer su error o engaño los Misioneros.Más tuvieron éstos que sufrir con los genios altivos y soberbios de los Pampas, que no se comedían ni al más mínimo trabajo. Al fin, con muchas dádivas, con las amenazas de avisar de su inacción al Gobernador, consiguieron que se animasen a hacer algo. Levantaron una Iglesita o Capilla de tapia, cubierta de paja. Duró poco tiempo el empeño de los indios, a quienes se les hacía muy pesado meter el hombro a las fatigas. No querían trabajar ni aquellas obras que eran comunes y útiles para toda la Reducción, sí no se les daba muy buena paga. Siendo su trabajo muy poco e interesado, se vieron obligados los Misioneros a buscar en Buenos Aires gente que viniese a trabajar por su justo jornal al pueblo, entable que permaneció hasta que se arruinó la reducción”. El mismo Padre Strobel, en su ya citada carta del 3 de octubre de 1740, después de manifestar la situación del nuevo pueblo de Pampas, aseveraba que era esa “región una tierra amplísima, que fácilmente se inunda cuando sobrevienen grandes lluvias y es por esta tazón muy húmeda. Al norte tiene la región a la ciudad de Buenos Aires, al oriente el mar, y por el sur y oeste está rodeada por canos y continuados montes (53). Moran en los mismos los indios que llaman Serranos, y que son parientes de nuestros indios Pampas, ya que los unen vínculos de sangre. Abunda esta tierra de cerdos silvestres, de perdices, de perros salvajes, de liebres muy semejantes a las de Europa, de tigres, de avestruces, algo más pequeñas que las africanas, y abunda finalmente de una innumerable multitud de caballos. Los Pampas se alimentan de la carne de las avestruces mucho más de la de los caballos, que son su alimento ordinario y común, como para los europeos es la carne de buey. No comen la carne de cerdo, y preguntando yo un día el porqué. Respondiome uno porque esos animales habían sido, en otro tiempo, hombres pésimos que después se convirtieron en cerdos, lo cual era entre ellos una noticia heredada de sus mayores.
‘Los dos indios del grabado adjunto se hallan en la puerta de una tienda en el ‘‘mercado indio’’, como se le llama, y que se halla al extremo sudoeste de la calle de las Torres [Rivadavia), que es la calle central de Buenos Aires, en la cual existe una plaza rodeada de negocios, donde se lea compran al por mayor sus productos y se venden después al por menor a los habitantes de la ciudad”. (Dibujo y texto de E. E. Vidal).
‘Estos indios hacen sus vestidos, a manera de capas, con las pieles de los caballos. Ponen hacia adentro la parte peluda e pintan la exterior con diversos colores. Esta vestimenta les ubre todo el cuerpo, lo usan así las mujeres como los hombres, y les queda bien. Con la piel de los caballos hacen sus medias o botas, las cuales lo propio que las plumas de avestruz y los caballos son los productos que dan a los españoles para obtener de ellos el codiciado aguardiente. De estas mismas pieles de caballos hacen sus tiendas, que son a la manera de las de los ejércitos. Sus lechos finalmente son también pies echadas sobre el desnudo suelo. Las mujeres, y aun los varones, cuando quieren bailar, píntanse el cuerpo todo con los olores más fuertes, colores negros, rojos y blancos, los cuales sacan de unas tierras. Así pintados y desnudos, ante la concurrencia, bailan y saltan los hombres, ya que jamás participan en el baile las mujeres. Mientras bailan, dan unos alaridos y gritos... El pueblo tiene una población de 340 personas, que son las reliquias de lo que fue otrora una nación muy numerosa. Para nuestra morada hemos hecho dos casitas con troncos y barro; y en parte con ladrillos que fabricamos. Interinamente tenemos por capilla una tienda hecha con pieles de buey. Hemos rodeado toda la Reducción con una fosa de dos varas de profundidad y otras tantas de anchura, para evitar los asaltos de los indios Serranos. Para esto mismo el Sr. Gobernador nos ha dado lanzas y dos cañoncitos, los que yo o mi compañero habríamos de hacer funcionar, en caso de ser necesario, pues no hay otro que los sepa manejar. Con ocasión de un alboroto pasajero, envíenos el Gobernador cien soldados.
“Todos los días, después de la primera misa, el misionero toca la campana dando una vuelta por la Reducción, y llamando a los niños para asistir a la instrucción, que es al aire libre, de la Doctrina, Señal de la Cruz, Padre Nuestro, Ave María, Credo, Mandamientos y Sacramentos, según el catecismo que el Concilio de Lima edité para indios. En la tarde se instruyen también los adultos y en lengua castellana que entienden. Los niños no lo entienden, pero saben rezar en castellano.
(Según el P. Tomás Falkner)
“La embriaguez que antes dominaba entre los indios, casi ha desaparecido. El Gobernador ha prohibido severamente, y bajo multa, la venta de aguardiente, y para reemplazar el aguardiente estamos introduciendo, y no sin agrado de parte de los indios, el mate del Paraguay. Los Pampas son más inteligentes que los Guaraníes. Aprenden los Misioneros su idioma que es muy diferente del Guaraní. Ya se han bautizado 83 niños, de los cuales diez y seis han muerto ya. Nuestro trabajo del presente es el aprender su lengua, que es enteramente diversa de la Guaraní. “La Reducción de Concepción será el centro de la evangelización de esta región, pues se trata de llegar después a los Serranos y más adelante a otros indios que habitan aún más al sud. Para esto tendremos que aprender el idioma de los Serranos que difiere del de los Pampas, como el alemán del flamenco”.
Hemos tenido especial interés en transcribir, traduciéndolas del original, estas líneas del P. Strobel por ser las más antiguas que se conocen sobre las costumbres de los Pampas en general y sobre la situación del pueblo de Concepción en particular.
Anterior, según creemos, a esta carta del P. Strobel es una carta del P. Querini referente a la Reducción de la Concepción. Carece de fecha, pero la resolución de Salcedo que se halla a continuación está fechada en Buenos Aires a 15 de octubre de aquel mismo año de 1740. Dice así esta comunicación del P. Querini:
“Señor Gobernador y Capitán General.
“El Padre Manuel Querini de la Compañía de Jesús, Superior de la Reducción de los indios Pampas y Serranos, parezco ante V. 5. y digo: que va a pedir a los Tribunales Superiores la confirmación de los cuatrocientos pesos, para que Sínodo en adelante, como V. 5. lo ordena en el decreto con que mandó darlos este año en estas Cajas Reales por la manutención y sustento de los dos Padres, que cuidan de dicha Reducción, necesito que V. S. se sirva dar certificación, como a petición de V. 5.; y con aprobación del Cabildo Eclesiástico, sede vacante, se encargó mí Religión de la conversión de los indios Pampas y Serranos, de los cuales en la otra banda del Río Saladillo distante como cincuenta leguas de esta ciudad, se ha formado un pueblo bastantemente numeroso, donde nos hallamos dos Padres, enseñándoles la vida cristiana y política y administrándoles los Santos Sacramentos.
“Y asimismo como ya los dichos indios se hallan muy adelantados en la Doctrina Cristiana y muchos se han bautizado y acuden a Misa, Rosario y otros ejercicios de piedad, y cómo de la subsistencia de esta Reducción depende mucho la conversión del innumerable gentío que vive en las tierras dilatadas del sur, pues por estar la dicha Reducción hacia la mar del sur, puede servir de puerta para pasar a esas tierras y predicarles el Santo Evangelio. “Por todo lo cual: “A V. S. pido y suplico se sirva dar dicha certificación de la que recibiré favor y justicia.
Manuel Querini” (54),
A Lloque a los cinco o seis meses estaba el P. Strobel satisfecho de la ubicación del pueblo, pronto comprendió que no era esa la más adecuada. Como decía muy bien Sánchez Labrador: “Los primeros establecimientos no descubren al principio los inconvenientes, que descubre poco a poco el tiempo. Pareció muy a propósito el lugar, en que se fundó la Reducción, pero un año de muchas lluvias manifestó que no servía. Inundóse toda aquella tierra, quedando hecha una laguna sin utilidad para labrar las sementeras. Por esto se retiró la población a una colina, que estaba en distancia de dos leguas, y se llamaba la Loma de los Negros. Aquí, como en mejor sitio, se formalizó del todo la Reducción. Estaba rodeada de bosque para servicio de los neófitos. Edificóse la Iglesia bien capaz, y la casa de los Misioneros, una y otra de ladrillo. Las maderas con mucho trabajo se condujeron de Buenos Aires. En estas obras no pusieron manos los indios, sino tal cual bien pagado. ¿En qué fecha y en qué paraje se ubicó definitivamente el pueblo de la Concepción? — No pudo ser antes de 1743, esto que cuando en ese año escribía Lozano, aún no se había trasladado. Tampoco los Padres Strobel o Sánchez Labrador nos ofrecen la fecha. Creemos, no obstante, que debió ser a principios de 1744. Sánchez Labrador nos informa por lo que respeta a su situación que se ubicó a una distancia de dos leguas y sobre la 1 cima de los Negros, pero esa distancia no puede referirse a la que existió entre el pueblo viejo y el nuevo, sino a la región pie se inundaba y el nuevo emplazamiento. Como se colige ir el mapa de Cardiel de 1748 que señala la ubicación de ambos pueblos, la distancia entre ellos era de cuatro leguas por lo menos. Puede afirmarse que la Reducción en su segundo y definitivo emplazamiento si levantaba sobre una lomada que se encuentra a unos treinta y seis kilómetros de la boca del Salado, a unos veinte al sudeste del Paso del Callejón y distante unos veinte del cordón litoral. Dista dicha lomada unos treinta kilómetros al este de la actual Estación Guerrero y otros tantos al noreste de la actual Estación Castelli. Tal parece hall sido lo que Bartolomé Muñoz consignó como colina y que denominó Monte de los Padres Jesuitas en su Carta de la Provincia de Buenos Aires, publicado en Londres en 1824, y lo que aparece como Loma de la Reducción en los planos catastrales de 1833 y de 1864. “Puede afirmarse, escribe el Dr. Félix F, Outes, que el rancherío estable de la Reducción se levantaba por 1 748 en una estrecha “loma” de casi una treintena de cuadras de longitud en la dirección norte-sur: situada a poco más de cinco leguas al S. O. de la boca del Salado, a menos de legua y media y al 5, de su margen derecha, a dos del cordón litoral, y a dos también —aunque “largas”— al O 1/4 al N. O de la “isla” de los Riojanos chicos. Y a pesar de rodearla por el sudeste, el sur, el sudoeste, y el oeste una sucesión de terrenos anegadizos, su acceso resultaba fácil para quienes procedieran de Buenos Aires, ya sea por el paso de Las Piedras (hacia el N. 0. 1/4 al O) o ya por el del Bote (hacia el N. 1/4 al N. O.), aunque este último ofrecía los inconvenientes opuestos por los terrenos anegadizos que tenía en su proximidad” (55).
“De acuerdo con las anotaciones registradas la Reducción [misma, no la loma sobre la que se encontraba], habría estado a [siete] leguas al S. 0. de la boca del Salado —cuyo curso, en esa región se desenvuelve, aguas arriba, de N. E. a S. O. hasta el arroyo del Bote, y de E 1/4 al S. E., a 0 1/4 al N. O., hasta el paso de las Piedras— a poco más de tres, al E. S. E., del lugar más próximo de su margen derecha: a tres y media del mar: y a dos leguas al 0. S. 0. de cierta estancia que, por aquellos tiempos, se la llamaba “Riojanos”, a secas: Se levantaba, al parecer, en 91 linde de un monte de los consabidos talas y saúcos, que dan a esos campos bonaerenses el magnífico aspecto de parque que los singulariza, pero qué perderán bien pronto, desgraciadamente, dadas las torpes devastaciones de que se los hace objeto. Tres leguas al N 1/4 al N. O. también según la carta del P. Cardiel— sobre la misma margen derecha del Salado, se hallaba la “chacara” de la Reducción; mientras las tierras situadas hacia el N. E. 1/4 al N, ceñidas estrechamente por el río ya recordado y el mar, constituían el “Rincón de la Estancia”. En suma, la Reducción de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora de los Pampas— de acuerdo con las referencias contenidas en la carta levantada por el padre Cardiel— habría estado situada algo más de ocho mil metros al S. 0. del límite de los campos conocidos desde fines del siglo XVIII con el nombre de Rincón de López” (56).
“En el nuevo sitio, escribe Sánchez Labrador, no se acabaron los trabajos de los Misioneros, antes bien experimentaron otros mayores. Las embriagueces de los Pampas eran continuas, y en ellas las peleas y muertes. Por más medios, que se aplicaron, nunca se pudieron atajar tales desórdenes, La fuente de éstos era el aguardiente. Los mismos indios, cebados en este licor, decían cuando los reprendían los Misioneros, no eran esclavos de los Padres, y se iban a Buenos Aires a comprar su perdición en el aguardiente. El vil interés de algunos taberneros, o como se dicen aquí pulperos, mantenía a los Pampas en su detestable vicio. Los tales, sin temor de Dios, ni de las excomuniones fulminadas del Cabildo Eclesiástico, caminaban a la Reducción cargados de aguardiente. “El Deán y Cabildo en Sede vacante lanzó contra los pulperos la pena de excomunión si vendían bebidas alcohólicas a los indios. Ignoramos la fecha de estas censuras, a las que alude el P. Sánchez Labrador, pero tenemos abundantes pormenores relativos a su positiva existencia. Así en el Cabildo del 1 5 de julio de 1 747 presentó el Maestre de Campo de Milicias D. Juan de San Martín una petición para que se consiguiera la supresión de dicha excomunión “por el justo recelo que se tiene que esta prohibición sea causa de que se quebrante la paz que con dichos indios se tiene, la que sirve de sosiego a todo el Vecindario” (57).
“El Cabildo expuso a la autoridad eclesiástica su deseo, conforme con el del Maestre de Campo, pero en 5 de agosto lamentaba el silencio de dicha autoridad. Un mes más tarde el Cabildo encomendó al Alcalde ordinario de primer voto, Juan Antonio de Alquizalate, que expusiera la sin razón de la excomunión y él así lo hizo en un largo escrito que presentó al Cabildo en la sesión del 7 de septiembre de 1747. Son de interés para conocer las costumbres de la época unas líneas de este alegato: si para favorecer las almas de los indios, aseveraba Alquizalate, se promulga excomunión “con más justísima razón pudieran promulgar excomunión para que a ninguna persona se vendieran estas bebidas, por que no se ve otra cosa en esta ciudad, y en todo el reino, que innumerables sujetos, negros, mulatos, y blancos continuamente embriagados...” (58).
Para ocurrir a un mal tan grave y tan perjudicial, como era la de borrachera resolvieron los Jesuítas dos cosas: era la primera el introducir el uso del mate, lo que consiguieron no sin agrado de los indios, según nos informa el P. Strobel en su misiva del 3 de octubre de 1740: la segunda era “pedir al Gobernador de Buenos Aires una escolta de 25 hombres con su cabo, que Felipe V mandaba en una de sus reales cédulas, que se diese a los Misioneros del sur de la banda de Buenos Aires. Pero esta escolta, agrega Sánchez Labrador, jamás se dio completa, conforme disponía el Rey, o sea un oficial con 25 hombres, sino cuando más 15 con un cabo de escuadra. Por esto, y porque no era gente, que diese buen ejemplo a los indios, en vez de remediarse las cosas, ellos mismos las empeoraban, Los de esta escolta traían el aguardiente, y lo daban a los indios; algunos se amancebaron con indias, destruyendo con su mala vida y procederes la eficacia de la doctrina, que enseñaban los Misioneros. Es cosa experimentada en las Américas, dice Sánchez Labrador, que en las Misiones de indios causan más daño. las escoltas de gente, que provecho, por su vida poco arreglada, y por las máximas perversas, que sugieren a los neófitos.
“El desorden duró algunos años, y solamente se logró remediar algo recurriendo al Gobernador de Buenos Aíres, que ya lo era don Joseph de Andonaegui, Este caballero, atendiendo a las razones de los Misioneros, envió por dos veces un destacamento de soldados con orden de que prendiesen a los indios más perversos, y los llevasen a Montevideo. Ejecutóse así, y se consiguió algún remedio, que duró muy poco, porque los indios se olvidaban presto de las amenazas del Gobernador, y volvían a sus borracheras.
Además de sus borracheras se trató de quitarles el vicio del juego que habían aprendido en su trato con los españoles. A este efecto obtuvieron los Padres que el Sr. Gobernador Salcedo expidiera una orden terminante y severa, cuyo texto vale la pena que transcribamos en este lugar (59).
“Don Miguel Salcedo, Caballero del Orden de Santiago, Brigadier de los Ejércitos de Su Majestad Gobernador y Capitán de las Provincias del Río de la Plata”.
“Por cuanto conviene al servicio de ambas majestades el hollar todo desorden, inquietud que se pueda ofrecer con la ocasión de que los indios de la Reducción y Pueblo de Nuestra Señora de la Concepción, tengan juegos de naipes y otros que sean motivo de que se experimente en las familias mucho atraso y ningún adelantamiento, y lo que más es, de su obligación: ordeno y mando al Cabildo del referido Pueblo, evite y cuide con el mayor desvelo, el que sus indios y moradores de él, no tengan juegos de naipes, ni otro alguno, haciéndoles saber esta mi orden; y a los que contravinieran a ella, los castigarán con diez azotes y pérdida de lo que hubieren ganado al juego unos, a otros; y asimismo es muy del servicio de Dios y del Rey, el que las indias del citado Pueblo tomen estado de matrimonio, para que así vivan como manda Nuestra Santa Fe Católica; y ruego y encarezco al Rdo. Padre. Superior Manuel Querini, que de su parte ponga todos los medios posibles para el debido cumplimiento y puntual ejecución de lo que va expresado en esta mi nota, haciéndola notoria al Cabildo para que la observe con la mayor exactitud: que es fecha en Buenos Aires, a veinte de febrero de mil setecientos cuarenta y uno.
Salcedo”.
Refiriéndose a estos vicios de los Pampas y a su poca docilidad para aceptar la fe cristiana, escribe Sánchez Labrador que “nadie extrañe tanta pertinacia en unos indios adultos, criados entre mil supersticiones, que creen en su gentilismo; y confirmados en ellas con los males ejemplos, y peores palabras de los que se precian de sangre española, y cristiandad añeja. Tales eran, y son los Pampas, que se burlan de los cristianos, viendo que sus vidas son muy disonantes a su ley Santa. Hablábamos en cierta ocasión a un indio Pampa infiel, y procurábamos persuadirle, que dejase su vida arrastrada e infeliz, y se hiciese cristiano. Opuso luego la mala vida y proceder de algunos cristianos españoles, cerca de cuya casa estaba, y dijo: Yo quiero vivir, y morir como buen Pampa, no como mal cristiano. Mas al fin, aunque en los adultos se hace al principio poco trato, se recoge a ulanos llenas en los chicos. Estos, como inocentes, aprenden y creen lo que se les enseña; y como no saben temer, porque ignoran el pecar, se ríen y hacen burla de las falsas opiniones, o boberías de sus padres.
Como se colige de estas frases de Sánchez Labrador poco era el fruto que recogían los Misioneros de los hombres y jóvenes, avezados ya a sus vicios y caprichos, pero grande y muy promisor el que sacaban de los niños, Sin duda alguna que en esa niñez Pampa ponían ellos sus lejanas pero seguras esperanzas.
Desgraciadamente había otras dificultades externas que ponían en jaque hasta la existencia misma de la Reducción, Lozano nos dice que los Pampas Serranos querían devastar la Reducción o, a lo menos, conseguir que sus moradores la abandonaran. “El hecho pasó así, agrega aquel historiador: después de la invasión contra el cacique Maximiliano, de la que arriba se hizo mención, algunos infieles se escaparon y fueron al cacique Bravo comunicándole la muerte de su pariente Maximiliano. Oído esto, el bárbaro montó en ira y rabia, y determinó vengar esa muerte. Convocó a los caciques amigos y a los Araucanos confederados con él, como también a los Pampas de Córdoba y a los Peguenches.
“Todos éstos arremetieron en el mes de setiembre contra el pago de Arrecifes, pero con mala suerte pues perdieron cincuenta y dos de los suyos que allí murieron. El desastre no los desalentó, porque habiendo recibido poco después algunos refuerzos cayeron sobre una estancia en las cercanías de Luján, y mataron a todos los hombres y se llevaron presas a todas las mujeres. Otro tanto hubieran hecho en el pago de Matanza, si no hubiese acaecido que llegaron tropas españolas en su socorro. Cambiaron entonces de ruta y cayeron sobre el pago de la Magdalena donde impunemente y a su placer pudieron cometer todos los excesos de que son capaces. Como unos cien españoles fueron muertos en esta ocasión, y se llevaron otras tantas mujeres y niños. Lleváronse también cuatro mil vacas y gran número de caballos. Hecho tan penoso acaeció el 26 de noviembre, el mismo día en que se cumplía un año de la muerte de Maximiliano por parte de los españoles”.
“Quisieron estos mismos bárbaros arrasar la nueva Reducción pero sabiendo que estaba resguardada con profundas fosas y defendida con dos cañones, no se atrevieron llegarse hasta el pueblo. Se contentaron esta vez con enviar unos espías. Los defensores de la Reducción advirtieron la aproximación de dichos espías y dispararon un tiro de cañón. Esto basté para que se dieran a la fuga”.
“Pudieron los Pampas librarse en esta oportunidad de toda desgracia, pero no pudieron librarse de otra que después sobrevino. Se fraguó la calumnia de que los indios de la Reducción eran los coautores de aquellas invasiones. La cosa llegó a tal extremo que si el cabo de los soldados no lo hubiera impedido habría uno de éstos castigado a los Catecúmenos por no hallar a su alcance a los criminales. Lo que era más de lamentar era que los mismos habitantes de Buenos Aires llegaron de tal suerte a dar oídos a estas especies falsas que les parecía igualmente digno de muerte el Pampa rebelde como el Pampa catecúmeno. Felizmente el Sr. Gobernador fue constante en proteger a los inocentes. Aun más: ordenó que un cabo con cuarenta soldados estuvieran en el pueblo para defender a los catecúmenos y rechazar a los invasores”.
“Sucedió en este tiempo que dos Pampas de la Reducción que habían ido a la ciudad de Buenos Aires fueron mal tratados por los habitantes de esta ciudad y al regresar a la Reducción narraron los ultrajes que los españoles les habían inferido, Cuando supo todo esto el catecúmeno Felipe Yahati, de tal suerte se alborotó que quiso volver a las selvas con todos los suyos, y se volvió en efecto sin que los Padres le pudieran persuadir que era un error el que iba a cometer. No lo creía así, antes dijo a un amigo que si él se iba, los Pampas Serranos no cometerían otros ultrajes contra el pueblo. Lo raro fue que yendo él, no le siguieran los demás indios”.
“Aunque se pudo comprobar que cuando acaecieron aquellas invasiones estaban los catecúmenos en la Reducción, no se disipó contra ellos la calumnia de espías de los Serranos. La razón íntima era la inquina que se tenía contra los indios de la Reducción porque eran un estorbo para el libre trato que querían tener los comerciantes bonaerenses con los dichos Serranos”.
Todo esto es de Lozano, y aunque relata el hecho cumplidamente, queremos agregar la relación del P. Martín Dobrizhoffer, que a la sazón se hallaba en Buenos Aires, y en la que nos ofrece un cuadro verdaderamente homérico al describirnos al cacique Marike. Dice así el insigne historiador de los Abipones: “Asesinada una persona de los alrededores de Buenos Aires, el Gobernador mandó soldados para apoderarse del criminal. En esta misma época Yahati, cacique de los Serranos, con quince personas de ambos sexos viajaba a la ciudad para comprar o vender mercaderías menores. En esta oportunidad se encontró con los soldados quienes se los llevaron presos a él y a los suyos como sospechosos del asesinato, aunque no había juicio alguno para encerrarlos en una cárcel muy estrecha. Los Serranos se afligían muchísimo por esta iniquidad sufrida por sus compatriotas, inocentes como bien lo sabían, y el Padre Strobel que en aquella época moraba entre ellos, corría, al parecer, peligro de perder su vida para hacer penitencias de la imprudencia de los soldados. El pueblo iracundo, mandó inmediatamente a la ciudad al cacique Marike, ciego en ambos ojos, pero reputadísimo entre los indios para exigir del Gobernador español la libertad de los presos, o declarar en nombre de toda la Nación, en caso de resistencia o retardación, la guerra que comenzaría con el momento de tal declaración. Esta amenaza soberbia llenó de mucho miedo al Gobernador Joseph Andonaegui, quien se daba cuenta de la ineficacia de las tropas que podía llevar contra enemigos tan numerosos, Hizo entonces reanudar la investigación sobre el asesinato y después de nueva declaración de los testigos, resultó al fin la inocencia del cacique, porque testigos fidedignos manifestaron que en la época del asesinato habían estado en un rancho de la ciudad. Los acusados que sufrieron, inocentemente, cuatro meses en una cárcel, fueron, por consiguiente puestos en libertad por el Gobernador, hombre muy justiciero, y les fue dado permiso para volver a los suyos. Esto pasó a principio del año 1748, cuando recién había llegado yo a Buenos Aires. Los vi en nuestro colegio cuando habían salido de la cárcel, y al verlos casi no pude dominar las lágrimas. Conversé con el cacique ciego Marike, anciano locuaz, mucho tiempo por medio de un lenguaraz que llevaba el nombre ridículo de “Domingo de los Reyes Castellanos”.
“Como tocaba yo en mi cuarto, delante de él, en la Viola d’amour y como alababa yo los vestidos tejidos por las mujeres, el cacique ciego me tomó tanto cariño que me pedía con instancias que fuera con él a la misión para ayudar al anciano padre Matías Strobel. Confieso que tal viaje hubiera sido muy de mi gusto. “Sería muy de mi agrado”, le contesté, “si pudiera yo subir a caballo ahora mismo e ir contigo al territorio magallánico. Pero todos nosotros que somos de esta profesión, no debemos dar ningún paso por voluntad propia, a no ser que nos mande a algún punto nuestro capitán (el provincial)”. — “Dónde está vuestro capitán?, preguntó el anciano con prisa. “En esta misma casa”, le respondí, a lo cual se hizo llevar inmediatamente por otro hombre al cuarto de nuestro Provincial, y le rogó encarecida, aunque inútilmente, de hacerle acompañar por mí. El Provincial le contestó que yo, por ahora, estaba designado a otra cosa, asegurándole sin embargo, que me mandaría al cabo de dos años a su Reducción, pues yo tenía que terminar todavía en Córdoba del Tucumán el cuarto año de estudios teológicos. Mi superior sin duda, hubiera cumplido su palabra, si no me hubiera necesitado inesperadamente para los Abipones” (60).
A estas contrariedades, agregábanse otras no menos molestas para los buenos y abnegados Misioneros. La inconstancia de los Pampas de la Concepción, o sus novelerías, como se expresa Sánchez Labrador, les apenaban casi de continuo. “Concurrían muchos infieles a la nueva Reducción, admirando la policía y fervor de sus hermanos los Pampas. No obstante, estos mismos infieles al paso que se admiraban, no dejaron de servir de instrumentos del demonio. A los dos años de fundado el Pueblo rompió la mina, que hubo de volar tan bellos fundamentos, La víspera de la Purísima Concepción, titular de la Reducción, se huyeron como unas 20 familias, o cansadas de verse detenidas en un lugar contra su genio andariego; o más bien fastidiadas de la Doctrina que les enseñaban los Misioneros, muy contraria a su brutal vida. De los fugitivos algunos murieron después de tiempo con muertes desastradas, y lo más sensible en su infidelidad. Solamente cuatro lograron después su dicha en la Serranía del Volcán, agregándose a otra Reducción, en que murieron cristianos.
“Ya en este tiempo el Pueblo de los Pampas tenía suficientes medios para su subsistencia en lo temporal. El desvelo de los Misioneros atendía a todo. Pusiéronles una hacienda bien poblada de ganado, con que mantenerlos; la Iglesia, y casa, acabadas, y aquella con los adornos mejores que lo que en tan poco tiempo podía esperarse. Pero en los indios revivían sus hábitos inveterados; ni se aplicaban al trabajo, ni aún a las cosas de su alma. A fuerza de tiempo y paciencia logran los Misioneros que los vayan dejando, y adquiriendo los buenos. Tenían los Pampas mucho apego a sus toldos de cueros de caballo; para que los dejaran, y asegurarlos más, los Misioneros, les hicieron fabricar casas, unas de tapia, y otras de paja, no ayudando los indios, sino tal cual, a levantarlas. A los últimos años, cuando se les caía el techo de la casa, le componían, pero pagándoles el Misionero el trabajo, y manteniéndoles de yerba del Paraguay y tabaco; de otro modo ni trabajaban para sí mismos, ni para bien de su Pueblo. Sucedió algunas veces que los Misioneros cuidaban de tal cual indio enfermo, hasta guisarle la comida, llevándosela a su casa; convalecía es- Dificultades te indio, y le pedía el Misionero que le ayudase a hacer alguna diversas cosa de poco afán, como era mudar un saco lleno de grano a
otro lugar, y el indio ingrato, respondía, que le ayudaría, si le daba la paga. Pudiera referir muchos casos a éste semejantes, que manifestasen el ánimo abjecto e interesado de los Pampas”.
“Todo lo sufrían los Misioneros, esperando que algún día recogería su celo el suave fruto de tan desabridas plantas, que aun conservaban algunas raíces de su antigua holgazanería. Lo que más afligía a los fervorosos Ministros del Evangelio, era la indiferencia con que sus neófitos miraban las funciones Iglesia, enderezadas a su enseñanza. Era preciso que uno de Ios Misioneros fuese por las casas de los indios y obligarlos que caminasen a la Iglesia. Entre tantos solo unas tres familias daban a entender, que de corazón eran cristianas; los demás, escribe un Misionero, eran propiamente cristianos de ceremonia o de nombre.
“Tenemos dos documentos de carácter oficial en los que se consigna el estado espiritual de la Reducción al cabo de cinco años de esfuerzos y sacrificios por parte de los misioneros.
En 12 de agosto de 1745 escribía el Obispo de Buenos Aires, Fray José de Peralta, al Rey y le decía: “He tenido el dolor de saber, que no ha correspondido la misión [de los Pampas] ni corresponde a la esperanza que se había formado, y que la semilla del Evangelio ha caído entre piedras y entre espinas asegurándome así los misioneros, como el P. Provincial, que en todos estos años [1740-1745] se mantienen los indios incorregibles y casi todos en su gentilidad. El P. Provincial presente [Bernardo Nusdorfer], que se ha ejercitado muchos años en las misiones principaIes no tiene casi esperanza de lograr el trabajo de esta misión”.
El mismo Nusdorfer, en carta al Rey fechada en 30 de agosto de 1745, manifestaba lo siguiente: “Se ha trabajado incesantemente en el cultivo de estos indios Pampas por espacio de cinco años, si bien el fruto no es correspondiente al cuidado con que se han aplicado los dos Padres que les asisten, por ser gente vagabunda inconstante, ingrata y muy dada a la embriaguez. Y como por la cercanía y trato con españoles no les faltan bebidas que les ocasionan su ruina, se ven pocos progresos y aun casi se hubo de arruinar totalmente el pueblo. Conservan entre sí, según sus parcialidades, muchas enemistades y odios, que cuando están bebidos prorrumpen en pendencias y muertes, como sucedió a fines de este año próximo pasado que por esta causa quedaron tres muertos en la una parcialidad y casi todos heridos de la otra-. Y si los Padres poniéndose de por medio con manifiesto peligro de sus vidas no lo hubieran embarazado, hubieran perecido todos. Los indios bautizados de este pueblo [de la Concepción] son al presente 172, a quienes se añaden 50 catecúmenos, entre los cuales se cuentan algunos caciques serranos emparentados con los Pampas. Se han logrado en el discurso de estos cinco años, 100 r párvulos que bautizados volaron al cielo. De los adultos, murieron recibidos los Santos Sacramentos y con grandes prendas de su salvación al pie de 70. Los demás que quedaron en el pueblo están menos sujetos y disciplinados de lo que sería razón, después de cinco años que se ha trabajado con ellos con el mayor tesón y constancia” (61).
Así era en efecto, aunque tantos esfuerzos de parte de los Jesuitas apenas parecían dar resultados algunos satisfactorios. Tenemos a la vista la llamada Numeración anual del Pueblo de la Concepción de los indios Pampas correspondientes a los años de 1743, 1744, 1745 y 1746 y las cifras que arrojan confirman plenamente las expresiones del Sr. Obispo y del citado P. Nusdorfer (62).
En 1743 había 35 familias en el Pueblo, cifra que bajó a 25 en 1744 y subió a 41 en los dos años sucesivos, Los párvulos bautizados en 1743 fueron 16, 15 en 1744, 13 y 19 en 1 745 y 1 746. Siete adultos recibieron el bautismo en 1743, 1 en 1744, 10 en 1745 y otros 10 en 1746. Los casamientos que en 1743 fueron 10, se redujeron a 1 en 1744, a 9 en 1745 y a 11 en 1746, Hubo sesenta Comuniones en todo el curso de 1743, 123 en el de 1744, 103 en 1745 y 118 en 1746.
Tal vez no pocas de estas Comuniones fueran de los españoles que estaban en la Reducción. En 1743 se advertía que había cuatro españoles y nueve indios Guaraníes conchavados, de los cuales cinco estaban casados. En 1744 había el número de habitantes subido de 163 a 172, y por eso advertía que “el exceso en el número de las almas. . . proviene de los fugitivos que fueron echados este año de las estancias de Buenos Aires y varios de ellos se volvieron a éste su pueblo. Por las tres muertes que han hecho en una pelea nuestros indios, fueron cuatro desterrados a Montevideo: Joseph Benítez, casado; Simón y Marcos, viudos; Francisco Izara, soltero. Con éstos fue desterrado también Roque, el mozo, por ser ladrón de marca mayor. A más de los indios del pueblo hay en esta Reducción 26 conchavados entre españoles y Tapes, y hubo vez que pasaron de cuarenta por la fabricación de nuestra casa que se está haciendo”.
En 1745, como el número de habitantes hubiese ascendido a 227 advertía el P. Querini que “ese aumento se debe a haberse agregado algunos indios Pampas y Serranos con su cacique. Por todos 57 almas. Entre estos hay 10 familias de infieles casados a su moda, y dos de indios ya cristianos. Hay también en este Pueblo 14 soldados españoles que están destacados para su custodia, y 16 personas más entre españoles y Tapes [o Guaraníes] que sirven en las faenas y fábrica del Pueblo” - En 1746 el número de habitantes era de 203, con un total de 41 familias casadas por la Iglesia. “De estas familias, escribía el P. Querini, son bautizadas entre grandes y pequeñas las 179. Hay también en este Pueblo, 13 soldados 4pagados que están destacados para su custodia, y 15 personas entre españoles y Tapes que están conchavado.
“Bastantes niños enfermos han sanado este año teniendo colgada del pescuezo la medalla de Ntro, Sto. Padre, a cuya honra las madres durante la enfermedad han rezado cada día un Padre Nuestro y Ave María persignando al niño con la medalla del Santo”.
“Varios que por espacio de 6 años no se han querido reducir a Nuestra Santa Fe, finalmente este año se bautizaron y se han casado por la Iglesia. “Para que los más de los adultos acudan al rezo es menester valernos de los soldados, que los van repuntando. Los niños vienen de suyo y, de cuando en cuando, el más flojo o más bellaco se mete por algunas horas en el cepo. Con esto van aprendiendo sujeción y sirve de escarmiento a todos”.
“No obstante este castigo que de cuando en cuando se hace, ellos están muy aquerenciados, tienen ya hechos más de 30 ranchos y hasta 15 de ellos han hecho buenas chacras, las cuidan y limpian de maleza y, según parece, tendrán buena cosecha”.
“Entre los peones conchabados que de esta Reducción han acompañado al Padre José Cardiel al Volcán, fue también un indio Serrano y un Auca; a los dos les hablaron mucho sus parientes para llevárselos a sus tierras, pero ellos no hallándose ni en el Volcán ni con sus parientes, se volvieron otra vez acá”.
“No faltan mujeres Pampas varoniles que resisten y aún a palos echan a los que vienen a molestarlas”.
“Al presente se trabaja con el material necesario para acabar la Iglesia comenzada. Dios nos favorezca en ello. También se comenzó a formar la Plaza del Pueblo en buena forma. Se han hecho tres casas continuadas de adobe. Se han plantado muchos árboles frutales de peras, manzanas, granadas, etc. (63)”.
Como se colige de esta carta, iba el Pueblo de la Concepción tomando el aire de una Reducción Jesuítica, con su Plaza central y en torno de ella la Iglesia, la Casa del Misionero, el Cementerio y las casas de los indios. Se habían construido tres casas continuadas, esto es, tres cuerpos de edificio que cerraban tres lados de la Plaza, teniendo cada uno una extensión de ochenta a cien metros y dividido mediante tabiques en quince o más habitaciones grandes, las que a su vez estaban divididas en otras menores. Cada habitación mayor tenía dos puertas, una a cada lado y ambas estaban defendidas por aleros.
Se colige también por lo que nos dice el P. Strobel en esta carta que a sus esfuerzos se debió la plantación de árboles frutales, perales, manzanos, granadas, etc. Quien es dueño de gran parte de los campos que fueron otrora los de la Reducción nos ha informado que dichos árboles abundaban en esa región cuando en el siglo pasado comenzó, la misma a poblarse. Eran, sin duda, restos de los árboles sembrados otrora por Strobel y Querini.
También nos han informado viejos vecinos de la región que recuerdan haber visto, en los días de su niñez, parte del cerco que rodeaba el Cementerio, sobre cuya puerta de entrada se hallaba una Cruz de madera, Aquel cerco o pared fue después demolido y con sus ladrillos se tapió el interior de un aljibe. Uno de dichos ladrillos fue obsequiado al Sr. Enrique Peña, en cuya valiosa colección de antigüedades se halla todavía.
La Estancia de la Reducción abarcaba toda la zona al noroeste y sudoeste de la misma, a lo largo del Salado y en dirección a las actuales estaciones de Guerrero y Castelli, y aun al norte del Salado, hacia las lagunas de Chascomús, algunas de las cuales como las Barrancas y la de las Encadenadas se llamaban otrora Lagunas de la Reducción. Junto al Arroyo Dulce, afluente del Salado entre el Paso Piedras y Paso del Bote hallóse años atrás un arado de madera paraguaya y en toda esa región se han hallado y se hallan abundantes vestigios de una civilización relativamente antigua.
Como un juicio justo y certero sobre toda la labor realizada en el nuevo Pueblo puede considerarse un documento anónimo que lleva por título: Algunos puntos sobre la Reducción de los Pampas que será bien se tengan presentes para informar a Su Majestad.
“En esta Reducción se han bautizado más de 300 almas. Los Padres han fabricado Iglesia donde los indios acuden a oir Misa y la explicación de la Doctrina cristiana, Los indios que en su gentilidad estaban hechos a vivir en unos toldos de cuero, han hecho casas para vivir vida política y racional. El paraje donde se fundó esta Reducción, que era antes morada sola de tigres y demás animales silvestres del campo, y sin cultivo alguno, ahora, mediante el cuidado de los Padres Misioneros, tiene huerta, monte grande de duraznos, sementeras de trigo, maíz, y demás cosas necesarias para el sustento de los indios. Finalmente, los indios que cuatro años ha, no conocían a Dios, y vivían como brutos, ahora saben los misterios de nuestra santa Fe, y se confiesan varias veces entre año, cantan en su Iglesia las Letanías de Nuestra Señora los sábados, y celebran los Misterios de la Pasión de Cristo Nuestro Señor con gran devoción y con públicas disciplinas de sangre”.
“Y por que el fin principal que los Padres han tenido en encargarse de la conversión de los indios Pampas, ha sido el reducir a nuestra santa Fe el innumerable gentío que vive en los montes y campos dilatados del Sud, dos Padres están previniéndose para salir en breve para esta nueva Misión, sin llevar otra defensa de sus vidas y personas que la confianza en Dios Nuestro Señor, por cuyo amor y honra emprenden estos trabajos, y sin pretender otro interés que la salvación de las almas y extender los dominios de Su Majestad en nuevas tierras y provincias”.
“Por lo cual es menester que Su Majestad se sirva dar las providencias necesarias para la manutención de los Padres, así de esta Reducción de los Pampas, que está fundada, como de las demás que se esperan fundar en las tierras del Sud (64)”.
Como se colige de estas postreras frases no era halagueño el estado económico del pueblo, no obstante todas las promesas que se hicieron a los Jesuitas cuando se trató de fundarlo. De lo que poseía el pueblo entre 1740 y 1752 tenemos una noticia que nos ofrece un documento anónimo intitulado “Estado de la Estancia del pueblo de la Concepción de Nuestra Señora de los indios Pampas” (65).
“Item se trajeron 500 reces, limosna de Buenos Aires”.
“Item otras 500, limosna de Buenos Aires”.
“Item con la plata que han dado las Misiones de los Guaraníes se han comprado en diferentes ocasiones 3.000 vacas por todas”.
“El año 1744, a mediados de abril se herraron 789 terneras; el año de 1745, a fines de abril se herraron 900 terneras; el año de 1747 a principios de mayo se herraron 1648 terneras”.
“Se han vendido a los indios Serranos y a los PP. del Volcán”.
“El año de 1748 a mediados de mayo se herraron 1.400 terneras”.
“Hánse vendido algunas reces a los indios y 110 a los PP. del Volcán”.
“El año de 1749 se herraron 1800 terneras”.
“Diéronse de limosna a la Sierra 30 vacas; vendiéndose 70, y algunos a los indios”.
“Compráronse 700 yeguas; bueyes se cuentan 70; caballos 150”.
“El año de 1750”.
“Se dieron de limosna a los PP. de la Sierra: vacas 100”.
“Se vendieron a dichos Padres, 1000 vacas”.
“Llevaron 500; se les deben otras 500, que están pagadas”.
[Al margen de este papel se lee: “Ya no se les deben”.
“E! año de 1751 se herraron 1700 animales; 200 potrillos”.
“El año de 1752 se herraron 2400 animales”.
Aunque estas cifras son ingentes, muy errado andaría quien creyera que con la posesión de tanto ganado podía cómodamente subsistir una Reducción de indios. Los cueros, que eran lo único vendible, apenas se cotizaban en los mercados de Buenos Aíres y hubo años, y aun épocas, en que ni aun gratuitamente querían los exportadores hacerse cargo de ellos. Basta recordar que los cueros eran por una parte sobre manera abundantes y 4ue por otra eran raros los buques que llegaban hasta estas latitudes para llevarlos a España y allí venderlos.
Merecen citarse a este propósito unas frases del P. Peramás: “las vacas y bueyes son mayores que en España, escribe aquel Jesuita: los caballos no, ni tan bien plantados y hermosos como los de Bética, pero de más aguante. En este particular es singular la abundancia de estas dos especies: por eso no tiene aquí estimación alguna ni valor, y así el tener en estas tierras 40 o 50 mil cabezas de ganado, no basta para dar al que las tiene el nombre de rico. En Europa oyen decir que la menor Residencia de los Padres Jesuitas en el Paraguay tiene 12.000 cabezas de ganado vacuno, y de aquí infieren las inmensas riquezas de los Jesuitas. En Europa hace esto tanto ruido, por ser bastante allí para hacer poderoso a cualquiera; aquí nadie se admira, porque saben el ningún valor que tienen” (66).
Toca las dificultades económicas y los medios de remediarlas el P. Manuel Querini en un Memorial del 29 de diciembre de 1748, después de “su primera visita” al pueblo de Nuestra Señora de la Concepción de los Pampas. Como verá el lector es un documento del más grande interés por la serie de órdenes que consigna relativos a la buena marcha de la Reducción (67).
Primeramente se guardará lo que estaba ordenado en el Memorial de mi antecesor de 4 de junio de 1745.
2) Procúrese, que los indios, que todavía son gentiles, aprendan la Doctrina Cristiana, para lo cual es menester llamarlos a menudo al aposento para explicarles con más claridad la doctrina cristiana.
3) La mesa del Altar Mayor tiene más anchura de la que conviene, por lo cual se ha de estrechar un poco de manera que el Sacerdote valiéndose de un banquillo, pueda sacar y poner en el Sagrario, el copón de las hostias Consagradas.
4) Póngase cuidado especial, de que todos los indios tengan chácara ahí para que no estén ociosos, y tengan suficiente comida, como también porque las chácaras puedan servir de medio para que los indios serranos, que vienen a ver a este pueblo, se agreguen a él y se hagan cristianos.
5) Para que los Padres puedan vivir con más quietud y seguridad, acabado el Refitorio y Cocina se cerrará nuestro patio con pared de ladrillo y en una esquina del mismo patio se levantará un baluarte para poner en él las cuatro piezas de artillería.
6) La estancia ha de ser la finca de ese pueblo por lo cual se procurará que se logre el multiplico que pueden dar las vacas que hay en ella, haciendo matar los perros que hacen destrozos en las terneras y se pondrá suficientes yeguas para la cría de caballos y mulas.
7) Para que los muchachos no se críen en la ociosidad de los indios grandes, se procurará tenerlos ocupados en algún trabajo proporcionado a su edad.
8) Evítese cuando se pueda el que los indios del pueblo vayan a la ciudad y para que no les valga la excusa de vender sus cosas o para comprar lo que necesitan, se les dirá que lo que quisieran enviar a la ciudad se remitirá en la carreta del pueblo al Padre Procurador para que lo venda a cuenta de ellos y les remita según su producto, lo que ellos pidieren.
Este memorial lo leerá el Padre Cura en presencia de su compañero.
Manuel QUERINI.

Como se lee a continuación quedó reelecto “Cura el Padre (Gerónimo Rejón, quien cuidará de todo. Cornpañero, el Padre Miguel Amengual, quien lo ayudará especialmente en lo espiritual y en lo que mandará el Padre Cura”.
Como indicaba en esta oportunidad el P. Provincial, debían los Misioneros enviar a Buenos Aíres los productos de los indios y llevarles en recompensa lo que podían necesitar o desear. Así se hizo en efecto como se colige de la correspondencia de la época. En carta al P, Rejón escribía desde Buenos Aires el P. Andrés Carranza, Procurador de Misiones y, entre otras cosas, le manifestaba que habían llegado las carretas que hacían el viaje entre Buenos Aires y la Reducción. “Trajeron dos sacos de sebo, botas 102, seis ponchos, de éstos uno he dado a Luis que ya estaba el suyo muy raído. 47 plumeros, 38 Guacipiguas, 59 riendas, 78 cueros, 9 botijas de grasa. Y el día 6 las despaché por no haber parecido Pablo en todo el día 5. Llevan 5 docenas de cuchillos buenos, 6 docenas de otros ordinarios. Tres libras de pimienta porque no hay en todo el pueblo ají, como tampoco ropa de la tierra: tres piezas de sempiterna colorada, 4 tercios de yerba, 6 pares de espuelas y 6 pares de frenos. Una butifulva de aceite, una docena de platos de loza y 6 escudillas de lo mismo, 6 picanas de caña. No envío más porque no sé lo que V. R. necesita y así reduciendo a plata lo que trajeron si sobra de lo • que debe el pueblo, remitiré con mucha voluntad lo que pidiere V. R. Van también 4 tijeras para la tahona. Yo he encargado en la casa y personalmente repetidas veces en la ciudad para encontrar tirante de quebracho y no lo hallé. Ahora lo encargo a Montevideo.
“Por lo que toca a las vacas dice S. R. el Padre Rector que no venda a otro ninguna que a él, así gana V. R. y que hasta que él le avise que tenga paciencia” (68).
En otra oportunidad escribía el P. Agustín Vilert desde Buenos Aires, donde se encontraba de paso, relatando las dificultades que hubo en el viaje desde la Concepción a causa de los Abipones que en sus correrías llegaban hasta estas latitudes. Decía así el P. Vilert en carta al P. Rejón, fechada en 11 de junio de 1749:
“Recibí la de V. R. con muchísimo gusto celebrando su cabal salud y de el Padre Miguel. El no haber yo llegado con tiempo y hallado a V. R. en este Colegio fue causa una detención que tuvimos antes de el Saladillo, la que casi nos ocasionó caer en manos de los indios abipones, pues cerca de nuestras carretas pistaron toda la hacienda a unos Cordobeses, que venían de su viaje de Buenos Aires, aunque fue fortuna el no perecer ninguno por haber tenido los caballos prontos y así tomado la derrota a Córdoba.
“Aquí llevo una imagen muy hermosa de la Virgen con marco de cristal que regala el Padre Antonio Machoni a ese pueblo. Viene también una carta de dicho Padre para V. R., la que no despacho ahora por no tener a mano y también por persuadirme no tiene otra cosa que el entrego de dicha lámina”.
Pocos documentos revelan en forma tan elocuente la ingente labor que realizaban los Misioneros de la Concepción como estas y otras cartas llenas de menudencias que estaban de suyo tan poco en armonía con la índole de sus autores y de sus destinatarios. Hombres de una gran cultura literaria y científica, hombres capacitados pata ocupar con honor las más insignes cátedras en América o en Europa, había preferido abrazarse, y se abrazaron, con una vida no tan solo llena de privaciones, pero llena de pequeñeces y materialidades que les absorbían gran parte de su vida cotidiana.
En 1748 es el Padre Jerónimo Rejón quien solícita una pila de agua bendita, y manda arreglar unas cerraduras y pide el envío de semillas además de una pieza de lienzo, y ruega le envíen un cajón vacío; a todo contesta el P. Manuel García, uno de los Jesuitas más insignes con que contó la Provincia del Paraguay, según aseveraba el Padre Joaquín Camaño, y de paso nos ofrece otros muchos detalles sobre la labor de los Misioneros de la Concepción y en particular algunos referentes al P. José Cardiel, que acababa de llegar de su largo viaje al Río de los Sauces. Esta carta fue escrita a 20 de 1748, sin especificación del mes (69).
“Mi Pe. Gerónimo Rejón:
“Tres cartas he recibido de V. R. y no he respondido a las dos primeras, por no haber parecido los que las trajeron. Por lo que toca al tacho, que me pregunta V. Ra., digo que me parece que se dio a la Misión de la Sierra en pago de lo que se le debía. Puede V. R. enviarme ese, para que se componga: Por lo que toca a la pila para el agua bendita, no tiene y. R. que esperarla, porque no trabajan en la Residencia, Las cerraduras están ya dos compuestas. Enviaré también las semillas que encontraré, con tal que no las dejen ahí perder de balde, como hasta ahora lo han hecho. Tengo también una pieza de lienzo que me vino de las Misiones por paga de unas bacinillas: si fuera de eso necesita del lienzo crudo, que me dice, avíseme que lo compraré; a 5 reales vara se vende. No sé qué cajón de madera es el que V. R. me pide porque no tengo más cajón que una caja compañera de esa que envié el viaje pasado, Carretas con dos que vengan, habrá bastante, porque no hay mucho que enviar; aun no ha llegado la ropa de Chile, y una poca que vino de Potosí se vende a 7 reales y 8 la vara. Deseo saber si V. R. ha recibido esos lO plumeros, que el P. Matías [Strobel] pone en la cuenta de lo que ha pagado a esa Reducción. También me escribe el P. Matías que de 20 frenos y lO pares de espuelas que le enviaba, sólo recibió 13 frenos y 6 pares de espuelas: vea V. R. si se ha valido de lo que falta, y avíseme. V. R. no me dice nada del estado del pozo para la noria, y las albercas para las suelas. De Tucumán roe ha enviado el P. Núñez un recado de caballo: estimaría a V. R. me haga hacer de algún trozo de sauce un par de estribos buenos, que son los que me faltan para el dicho fuste, y también otro par para otro sujeto, que ha dado algunas cosillas alguna vez para esas Misiones. Las riendas de cuero de vaca que le pedí, no han parecido. Acaba de llegar de las Misiones un Santo Cristo grande para el P. Matías, que discurro lo pidió para ese pueblo [de la Concepción], y así lo despacharé en viniendo las carretas.
“El P. Cardiel dejó en lo de Pancho López el toldo con todas sus cuerdas, dos horcones y media cumbrera. Item la caja del Altar con una casulla, sobrepelliz, atril y tres libras de cera. Item dos petacas con varias cosas, y las llaves de todo en poder de V. R. a quien estimaré que me las envíe, y encargue al Capataz que pase por la dicha Estancia con las carretas, y me lo traiga todo; y le enviaré el bizcocho y tabaco y cera. Después de escrita ésta llegó Domingo con la carta de V. R. De balde se ha apresurado en enviar las carretas, que aun estamos muy ocupados con las confesiones, y no hay lugar para nada, Los colores, aunque los he encargado, discurro que no irán, porque no tengo luga3r para hacer tantas diligencias como se requieren para semejantes menudencias. La piedra de colores la tienen aquí ocupada los doradores que trajo el P. Rector. Aceite de linaza no hay que esperarlo, sino viene de las Misiones. Aquí necesitan para el retablo y no lo hallan, y sí a veces se halla, piden muy caro. Su Reverencia el P. Provincial se va a visitar la Estancia de Areco, y así no tiene ya que esperarnos por allá. Lo que dijo el P. Rector al P. Cardiel es que si alguna cosa se le ofrecía ahí que se la diese V. R. pero no me parece que se extienda a tanto: sí así va desperdiciando, no sé de dónde se sacará para pagar su viaje, que ya llevará de gastos 300 pesos. V. R. no haga caso de lo que pide, porque es capaz de pedirle cuanto tiene. Mejor hubiera sido que el Padre hubiese hecho lo que yo le dije, de manear todas las noches los animales, o a lo menos una vez perdidos, no pasar adelante hasta encontrarlos: lo mismo sucederá desde ahí al Volcán, y del Volcán para adelante. No más. Nuestro Señor guarde a V. R. muchos años como deseo. Buenos Aires y 20 de 1748.
M.S.de V,R, Manuel GARCIA”.
No dudamos que una carta como la que acabamos de transcribir contribuirá grandemente a que nuestros lectores se formen, no tan sólo una idea del movimiento económico entre las Reducciones de los Pampas y la ciudad de Buenos Aíres, sino también de las dificultades de todo orden con que tenían que luchar los abnegados misioneros.
Ellas; no obstante, no les preocupaban tanto como las que se originaban de la índole aviesa, unas veces, superficial, inconstante y recelosa, otras veces, de los indios reducidos o por reducir.
Véase, sí no, esta carta que el P. Matías Strobel escribió en 1746 (70) al Sr. Gobernador de Buenos Aires acerca de las perturbaciones que producía en el pueblo de la Concepción un cacique de los serranos por nombre Yepelye que ni era de los que habían fundado la Reducción ni quería radicarse formalmente en ella, y no obstante permanecía en ella obrando libre y caprichosamente.
“Tiempo ha, recibí las cartas de Vuestra Señoría con mucho gusto celebrando su buena salud que muy dilatada la deseo, ofreciendo la mía a su disposición”.
“He leído al cacique serrano Yepelye en presencia del cabo de escuadra y de algunos Cabildantes de esta Reducción las órdenes contenidas en dichas cartas, según las cuales ese cacique se había o de agregar a una de esas dos Reducciones o había de retirarse a sus tierras”.
“El cacique es de buen natural y hubiera ejecutado lo ordenado, si no tuviera en su compañía a algunos indios ladinos que se han criado en estas estancias y aprendido sólo ¡o malo de lo que han visto y oído y son de grandísimo embarazo a la conversión de estas naciones australes”.
“Estos metieron al cacique en la cabeza de que si se metía en un pueblo de los Padres, no sería más cacique sino esclavo de los Padres y que los Padres no permitían el libre trato con el español”.
“Lo uno y lo otro es muy ajeno de la verdad, pues a más de no obligar a ninguno de nuestros indios al trabajo ni aun para hacer su iglesia, los que libremente quieren trabajar, se conchaban y se les paga su trabajo como a cualquier otro peón forastero.
“Se les permite también el libre trato con el español, exceptuando solamente el aguardiente: y es la razón, que lo beben sin moderación alguna privándose del uso de la razón y como la demasiada experiencia me lo ha enseñado, entre estos indios los alegres brindis, tarde o temprano paran en lastimosas heridas o muertes”.
“Finalmente el cacique después de haberse detenido mucho tiempo en estos campos corriendo yeguas, con pretexto de buscar agua para su retirada, al cabo volvió y ahora se excusa de no poder retirarse a sus tierras por no hallarse aguada, y esa dilación suya es la causa de no haber yo respondido mucho antes a las cartas de Vuestra Señoría”.
“El cacique quiere ahora acompañar al Padre Joseph Cardiel a esa ciudad, de lo cual me alegro, pues me consta que el celo de Nuestro Rey Católico, a quien Dios Guarde, asiste también a Vuestra Señoría como leal Ministro suyo, que guía con la autoridad que Dios le ha dado, efectuará más en esos pobres indios, que cien pláticas mías”.
“Dios Nuestro Señor Guarde a Vuestra Señoría con larga salud para el común bien de estas Provincias.
Concepción -Diciembre 26 de 1746.
B. L. M. de V. Señoría.
Su menor Capellán y servidor
Mathías STROBEL”.
A los Padres Strobel y Querini sucedieron en el gobierno al pueblo de la Concepción los Padres Jerónimo Rejón y Agustín Vilert. El Padre Jerónimo Rejón era español, natural de Becilla. Nacido el 14 de setiembre de 1712, ingresó en la Compañía de Jesús el día 16 de octubre de 1740. Vino al Río de la Plata en 1743 y diez años más tarde, el 2 de febrero de 1753 hizo la profesión religiosa. Trabajó entre los Pampas, sobre todo en el pueblo de la Concepción, hasta que se deshizo la misión de los mismos. Pasó después al Chaco santafesino y se hallaba de misionero entre los Abipones y en el pueblo del Timbó o Rosario cuando sobrevino la expulsión colectiva de 1767. Falleció en Faenza el 31 de enero de 1779.
“Hombre muy animoso” era el P. Rejón según testimonio de Dobrizhoffer, a quien sucedió en el gobierno del pueblo de Abipones, denominado El Rosario del Timbó, en plena selva chaqueña. “Hombre muy activo” le califica Baucke, después de recordar su intensa labor entre los Pampas, primero, y entre los Abipones, más tarde. Sin duda alguna fué Rejón uno de los grandes Misioneros con que contó la Compañía de Jesús en el Río de la Plata en el transcurso, del siglo XVIII.
El Padre Agustín Vilert era catalán, Nacido en Gerona e: día 8 de octubre de 1 721, ingresó en la Compañía de Jesús el 23 de junio de 1742. Al año siguiente y en compañía del mencionado Padre Rejón, como también del P. Sebastián Garau, ambos misioneros después entre los Pampas y Serranos, vino al Río de la Plata. Después de haber trabajado entre dichos indios de la provincia de Buenos Aires, habiendo sido con el P. Balda uno de los fundadores de la Reducción de Nuestra Señora de los Desamparados, fue enviado a las misiones del Paraguay. Se encontraba en Candelaria cuando acaeció la expulsión colectiva de 1767. En 1769, a poco de haber cruzado el océano, falleció en el Hospicio del Puerto de Santa María.
Cuando años más tarde destinaron los Superiores al Padre Vilert para la fundación de la Reducción de Nuestra Señora de los Desamparados, de la que nos ocuparemos más adelante, fue reemplazado en la Concepción por el P. Cosme Agulló, figura prócer en la historia colonial rioplatense. Decimos rioplatense porque la historia de los Jesuitas en Montevideo se identifica con la historia del P. Cosme Agulló. Pué él uno de los primeros en pasar a Montevideo, poco después de fundada la ciudad de Zabala, y fue él uno de los grandes elementos de progreso con que contó aquella ciudad en sus orígenes.
Hermosamente ha logrado el Dr. Carlos Ferrés presentar al P. Cosme Agulló “como a un hombre progresista, como al infatigable obrero de los primeros años de la ciudad, vinculado a la naciente escuela, instalador del primer molino, maestro en los hornos, en la calera, en la agricultura, en la ganadería (71).
Nacido en Finestrat de Valencia el 25 de octubre de 1710, ingresó en la Compañía el 16 de marzo de 1727, y vino al Río de la Plata en el curso de 1734. A la sazón había ya estudiado toda la filosofía y cursado un año de teología. Los Registros Navieros consignan el dato de que tenía ojos pardos y cejas pobladas.
Ordenóse de sacerdote en 1736 y tres años más tarde escribía el Provincial P. Machoni las siguientes líneas en el Memorial del Colegio Máximo de Córdoba. “En acabando su tercera Probación el P. Cosme Agulló, le avisará V, R. que ha de leer Artes el año que viene en el Colegio de Buenos Aires, adonde se despachará luego a fin de que se prevenga y encargue de la Gramática hasta que sea tiempo” (72).
En 1743-1744 había dejado la cátedra y se hallaba en el pueblo de la Concepción, y allí se encontraba cuando fue elegido para ser uno de los fundadores de la Residencia de Montevideo. Su actuación en esta ciudad que comprende un período de diez años, fue inmensa y sumamente benéfica para la incipiente población. “Los documentos de aquel tiempo, escribe el mencionado doctor Carlos Perrés (73), nos presentan a este ilustre valenciano como un Jesuita de grandísimo ingenio, conocedor de la industria y de las artes, como pocos en aquella época, inventor de algunas innovaciones en la rudimentaria mecánica de entonces, gran trabajador que dejaba su breviario para tomar una pala y que dejaba la pala para correr, a caballo o a pie, a la asistencia de un moribundo”. “Contribuyó personalmente al planteamiento de la Estancia de la Calera; inició los ensayos colonizadores de los Padres; se ocupó con toda preferencia de la instalación del molino harinero, y, aunque fue ésta una de las obras a que más atención dedicó, no pudo verla concluida, pues antes de estarlo fue trasladado por sus superiores”.
Fue trasladado al Colegio de Santa Fe, no sin pena de los habitantes de Montevideo. El Gobernador José Joaquín de Viana trató de impedir su salida, pero el buen religioso secundó la voluntad de sus superiores. Su actuación en Santa Fe no fue tal vez tan múltiple, pero no fue menos intensiva. Pué uno de los directores más beneméritos y más fervorosos que tuvo la Congregación de la Virgen de los Milagros y escribió una obra sobre los favores que esa veneranda imagen había otorgado a sus fieles devotos.
Cuando sobrevino la expulsión en 1767 se encontraba el P. Agulló en el Colegio Grande de Buenos Aires. “Pué uno de los Jesuitas a quienes Bucareli, no obstante su posición frente a ellos, distinguió con singular estima. Embarcado en el paquebot-correo El Príncipe, junto con seis novicios, le tocó sufrir una penosa navegación. Aunque su rumbo era el puerto de Santa María, el buque fue arrojado por los temporales a las costas del Norte de España, de modo que llegó a su destino con notable retraso. . .
Falleció el 31 de marzo de 1772 en la ciudad de Faenza donde había vivido desde 1768. Su muerte fue en circunstancias muy singulares. El P. Miranda en la Vida del P. Muriel la relata extensamente y el Dr. Perrés reproduce esa versión. Con ella concuerda otra más sintética, la del P. Diego González. Según él, falleció Agulló mientras platicaba en la capilla doméstica a los Jesuitas allí congregados representándosele con ternura el día del juicio.
Poco tiempo estuvo el Padre Agulló en la Reducción de la Concepción, pero nos place, no obstante, el recordarle en estas páginas ya que fue siempre un elemento dinámico, un orientador y propulsor de las actividades humanas, y aunque no nos consta podemos fundadamente suponer que su estadía en la Reducción de los Pampas, aunque breve, debió ser muy beneficiosa a la misma.
De los progresos de este pueblo a mediados del siglo, o sea, en 1 75 1 nos informa el ya citado Padre Rejón en un oficio al Señor Gobernador (74).
“Por cuanto su Majestad Católica que Dios guarde muchos años, en Cédula de cinco de Agosto de 1742 que se sirvió dar a favor de esta Reducción de Indios Pampas y Serranos, pide certificación de existir los dos Padres Misioneros en dicha Reducción, y del Adelantamiento, y número cierto de Indios que se hallan catequizados y convertidos, para recibir los 400 pesos que en otra Cédula manda se paguen a los dos Padres Misioneros en esas Cajas Reales de Buenos Aires, el Padre Gerónimo Rejón, Cura actual de dicha Reducción y el Padre Agustín Vilert, mi compañero, certificamos que de un año acá se han bautizado trece párvulos, se administraron sesenta y cinco sagradas formas, murieron once párvulos y cinco adultos, hay treinta y ocho familias casadas por la Iglesia; viudos y mozos casaderos diez y ocho; muchachos y muchachas cuarenta; viudas y solteras once; se hallan por todos 125 bautizados. Además de éstos hay algunas familias de infieles; por ser verdad todo lo dicho lo confirmamos en esta Reducción de Nuestra Señora de la Concepción, a cuatro de mayo de 1752.
Gerónimo Rejón.
Junto con este documento hállase otro referente al mismo pueblo de la Concepción y que también transcribimos, por referirse a las “Elecciones de Capitulares del Pueblo de la Concepción, del año de 1751, remitidas por el Padre Gerónimo Rejón, Cura de dicho pueblo, al señor Andonaegui, Gobernador de Buenos Aires: y aprobadas por dicho señor.
“Habiéndose juntado el día 1 de Enero de 1751 el Corregido de este pueblo de la Concepción y los demás del Cabildo del año antecedente, para elegir alcaldes y demás capitulares de este año, en presencia del Padre Gerónimo Rejon, Autoridades a cuyo cargo está al presente dicho pueblo: en conformidad civiles de lo dispuesto por la ordenanza 55 de estas Provincias, fueron elegidos por alcalde ordinario de primer voto D. Francisco y de segundo voto Pablo Maciel, por Alférez Real Joseph Palacio, Regidores Antuco Chico, Pedro Chapaco, Gerónimo y Lorenzo y Alguacil Pablo Navarro.
[firma] Gerónimo REJON”.
[A continuación se lee:] “Apruebo estas elecciones.
ANDONAEGUI”.
Tales son las noticias que hemos podido reunir sobre la fundación y desarrollo de la Reducción de los Pampas que Lozano llama Carayhet, o sea, Pampas que viven cerca de los españoles o que se comunican con ellos.
Como consigna el mismo Lozano, y transcribimos más arriba sus palabras, había otra agrupación de Pampas, los llamados Pampas Montañeses o Serranos. Se les denominaba también Puelches, como ya hemos indicado más arriba y ese era su apelativo propio, como Puelches eran también los Pampas Carayhet, a que antes nos hemos referido.
“Su hábitat según todos los historiadores era al sur del Saladillo, a distancia de den o más leguas de Buenos Aires, hacia el Río de los Sauces, llamado hoy día Río Negro. Dominios suyos eran, como irá viendo el lector, todo el territorio bonaerense donde surgen en la actualidad las ciudades y jurisdicción de Bahía Blanca, Necochea, Juárez, Tandil, Olavarría, Azul, Ayacucho, Mar del Plata.
“Los Pampas, que allí viven, escribía Lozano a fines del primer tercio del siglo XVIII, tienen cuatro Caciques: el primero es Cangapol, a quien por antonomasia llaman los españoles Bravo… El segundo es don Nicolás, hijo de Cangapol. El tercero es Gualimeco, y el cuarto Concalcac”.
“Todos estos indios, agrega Lozano, después de las líneas antes transcriptas, se alimentan de lo mismo que dijimos hablando de los Pampas Cordobeses. El Cacique Bravo tiene algunos rebaños no muy numerosos, así de vacas como de ovejas. Desde donde habitan hasta la tierra de los Araucanos se va en pocos días, pero tienen un suelo mejor que el de ellos, puesto que abunda en agua y leña, y está más libre de rayos y tempestades”.
“Como parte de estos Pampas se han de considerar los cacicazgos de Doenohayat y de Yahati, los cuales pusieron su residencia en el primer monte o sierra, llamada Tandil o Cayrú, y también Volcán, porque por aquella parte, que es la más vecina al mar, el monte arroja fuego”.
El Padre Lozano, en estas líneas, alude a topónimos que han variado no poco desde la época que él escribía. Es él el primero en usar de la palabra Tandil para designar una cadena de sierras, aunque ya estaban englobadas en el término general de sierras del Volcán. Pué después de la penetración Jesuítica a mediados del siglo diez y ocho con la fundación de las reducciones de Nuestra Señora del Pilar (1747) Nuestra Señora de los Desamparados (1750) que el topónimo ‘Tandil, como asevera el Dr. Félix F. Outes, se hizo general para el grupo de sierras hoy día tan conocidas (75).
Lozano identifica la Sierra del Tandil con la Sierra de Cayrú (76), peto ésta es la que en la actualidad se denomina Sierra Chica, cerca de Olavarría.
Así el P. Lozano, como los Padres Sánchez Labrador y Falkner denominan Sierras del Volcán a las actuales de Balcarce, y Sánchez Labrador llama Sierra de Casuhati a la que en la actualidad se denomina Sierra de la Ventana.
Lozano incurrió en un error al escribir que la sierra del Volcán se denomina así “porque por aquella parte; que es la más vecina al mar, el monte arroja fuego”. El P. Falkner que pudo llegar hasta esa Sierra, en época posterior a aquella en que Lozano escribió sus Anuas, expresamente afirmaba que “aquella parte de la Sierra que cae hacia la costa, y está más cercana al mar, es llamada por los Españoles Volcán “from a mistake or corruption of the Indian name, Vulcan o Voolcan” “por un error o por corruptela de la palabra indígena Vulcan o Voolcan que en lengua moluche quiere decir abra o abertura y le hay efectivamente en la parte sur”. A mediados del siglo XVIII, escribe el Dr. Félix E. Outes, se llamaba sierra del Volcán al intrincado complejo orográfico que se extiende, de NO a SE, desde las actuales sierras de los Cinco Cerros y Larga hasta cabo Corrientes y punta Mogotes. Posteriormente, la nomenclatura se diversificó; y, en los tiempos que corren, la sierra del Volcán sólo es la unidad que define, por el NO, el ahora del mismo nombre, el antiguo Vulcan de los indígenas (77).
Como se deducirá de todo lo que vamos a consignar eran estas sierras el hábitat ordinario de los Pampas Serranos o Puelches Serranos, así llamados precisamente porque en dichas Sierras tenían su morada. Su escasa o ninguna comunicación con los españoles de Buenos Aires los tenía más reacios e indomables, aun después que los Pampas Carayhet habían aceptado formar una Reducción, como en efecto la formaron en 1740.
Fue precisamente en el decurso de este año que las relaciones entre los españoles y los serranos se agravaron, debido a
terrible derrota que éstos infligieron a aquellos. “El cacique Cangapol, llamado por los de Buenos Aires el Cacique Bravo, por la gallardía de su cuerpo y la grandeza de su alma, como también por el gran número de los que le seguían, tenía sobre todos los demás caciques una indiscutida autoridad. Este cacique, escribe Peramás, era enemigo declarado de los españoles porque, como él decía, los españoles castigan a todos los serranos por los crímenes o atropellos que algunos de ellos causan. Como ya se dijo, habían muerto los españoles a un sobrino suyo, con otros cincuenta serranos, y desde ese momento fue incontenible la ira del cacique contra los españoles.
“Dispuso un gran ejército y cuando más descuidados estaban los españoles, se precipitó sobre el villorrio de la Magdalena, donde mató a doscientos, cautivó a muchos y robó cuanto quiso que hizo trasladar al sur, o sea, a las Sierras. El no regresó a éstas en esta ocasión porque era su propósito caer sobre la Reducción de la Concepción y destruirla. Felizmente todo se supo en la Reducción y de Buenos Aires envió el Señor Gobernador un auxilio de soldados con la necesaria artillería. Al saber esto Cangapol, no se atrevió a asaltar el pueblo”.
Lo acaecido en la Magdalena llevó la consternación a Buenos Aires y a los pueblos vecinos, como aseveran los Padres Lozano, Peramás y Sánchez Labrador. Este último escribe que “a vista de la insolencia de los indios, impacientes los ánimos de los vecinos determinaron el año de 1 741 salir a campaña y hacer un gran escarmiento en tan pertinaz enemigo. Duraba esta guerra entre los indios Serranos, y los españoles desde el año de 34, tiempo bastante para inferir el espíritu vengativo de los indios, y llorar los españoles sus hostilidades. El año de 1741 quinientos españoles comandados del Maestre de Campo Don Cristóbal Cabral marcharon al monde te Casuatí [o sierra de la Ventana], en busca de los Serranos; pero no hallando a los indios, retrocedió la tropa a Buenos Aires (78).
“Gobernaba aún la Provincia, y residía en esta ciudad Don Miguel de Salzedo. Este caballero comprendiendo mucho que los indios australes respetaban a los Jesuitas, se valió de ellos para efectuar unas paces duraderas; oponíanse a esto algunos vecinos de Buenos Aíres, mal afectos a dichos religiosos por sus particulares intereses. No se dejó vencer el Gobernador, y mandó que por Capellán del ejército español fuese un Padre de la Compañía de Jesús. Pué señalado para este Ministerio el P. Matías Strobel, que como Misionero de los Pampas, conocía muy bien los genios de los indios Serranos. Llevaba consigo el Padre tres indios de la Reducción, que pudiesen servir de intérpretes. Los españoles que no gustaban de la ida del Jesuita, dispusieron a ocultas contra la voluntad de su Gobernador, llevar a cierto religioso de otra Orden. No hacían & aso del Padre Strobel, mirándole como censor rígido de sus procederes. El dicho religioso hizo bien su papel mostrando unas licencias o patentes fingidas, que decía eran del Gobernador, y otras del señor Obispo, como después se averiguó, castigando al que las había falsificado. En medio de las descortesías, que experimentaba el P. Strobel, no dejaba de cumplir con su cargo, predicando a los soldados, y celebrándoles, especialmente los días festivos, el Santo Sacrificio de la Misa. En una sola ocasión quiso el otro religioso intruso hacer una Plática, y se redujo toda ella a elogios de la nobleza española y antigüedad de su religión. Mostró en ésto a donde tiraba, y el espíritu que le movía. Mucho más se dio a conocer, cuando al llegar (en otra segunda entrada del año siguiente) a vista de los indios en el Monte Casuatí [o Sierra de la Ventana], suplicó el Padre Matías al Maestre de Campo, que no permitiese a los soldados, que vendiesen armas, ni aguardiente a los indios. Montó en celo, por no decir en cólera, el buen Fraile al ojr una petición tan justificada, y haciéndose desentendido a las excomuniones de la Bula de la Cena de no vender a los infieles armas prohibidas, (acaso ni el nombre de tal Bula sabía) y a la que había puesto el Cabildo Eclesiástico de Buenos Aires, para que no se les vendiese aguardiente, resolvió en el ejército, que bien se les podían vender armas y licor, sin escrúpulo de conciencia. Semejantes teólogos y directores buscan muchos españoles en estas tierras.
“El efecto fue convertirse los españoles en la irrisión de los indios Serranos. Estos en muy lucidas tropas excedían en mucho a los españoles que no eran sino como 700 en la segunda entrada del año 42 en que sucedió esto. Viéndose superiores a los españoles, los indios se apoderaban de las armas y del aguardiente, por el que daban cosas de muy poco valor y despreciables. Clamaban los españoles, viéndose engañados; pero el miedo les hizo pasar por todo,’ y experimentaron, que la iniquidad se miente a sí misma”.
“Aun pasó más adelante la mortificación, que’ hubo de sufrir el orgullo de aquellos españoles, que sostenían a su doctísimo teólogo, y el sonrojo de éste en un formal desprecio, que de él hicieron los indios. Corría, en año 1742 en que un ‘nuevo Gobernador había arribado a Buenos Aires. El señor Se ajustan las Don Domingo Ortiz de Rozas, que este era su nombre, deseoso de efectuar la paz tan apetecida con los Serranos, encargó a los Padres Misioneros del Pueblo de la Concepción. que pusiesen aquellos medios, que les sugería su caridad y celo del bien común de la Provincia, en orden a concluir con los Serranos, que admitiesen la paz. Ejecutáronlo así los Misioneros, y con el favor divino se ajustaron las paces. Para solemnizarlas salieron 700 españoles, llevando al P. Strobel de Capellán. Entrometióse otra vez el Religioso, de quien ya hablamos”.