domingo, 16 de agosto de 2015

Paraderos Querandíes

texto extraído del libro "Paraderos Querandíes" del Dr. Mario A. Lopez Osornio.

Atento a la clasificación de Zeballos, efectuada entre las dos grandes series de los diversos objetos hallados de la industria indígena, es que en las siguientes páginas trataré de estudiar a una de ellas. Sabemos que la llegada de los españoles a América, marca el límite que separa la época prehistórica de la histórica. Ese límite lo constituye la presencia de substancias óseas inmiscuidas entre los elementos representativos de señaladas civilizaciones. El caballo, por ejemplo, indica con sus restos el período histórico puesto que a él lo trajo el conquistador ibérico Ahora, los huesos de venados u otro animal cualquiera de la fauna americana, recordarán y evidenciarán al período neolítico, es decir, al período verdaderamente autóctono. Es allí, pues, donde debemos recurrir analizando los pequeños objetos encontrados en los paraderos, para internarnos en los caminos de la industria vernácula, y descubrirla libre de influencias extrañas o ajena a sus hábitos, usos y costumbres que no sean los propios. Es así como esta época prehistórica ha preocupado hondamente a todas laspersonas que aman con sinceridad a su terruño, puesto que, conociéndola, se adentran a las raíces del más puro nativismo, y se deslizan de las corrientes europeas que poco a poco han ido borrando los caracteres esenciales de su raza. Sentado este concepto, trataré de circunscribir esa mencionada época prehistórica y observaremos que, como en Europa, se hallarán abarcadas por ella las dos grandes eras de conocimiento general: La Paleolítica y la Neolítica, representando una, los tiempos geológicos pasados, y, la otra, los tiempos geológicos actuales. Ahora bien, como el acervo hallado en la provincia de Buenos Aires es de piedras más o menos pulidas, y se pultadas en tierra vegetal que escasamente sobrepasa los treinta y cinco centímetros de profundidad, será, por consiguiente, de origen Neolítico, es decir, de la última etapa antedicha.
En el partido de Magdalena y a unos sesenta kilómetros de la ciudad de Chascomús, encontró el señor Osvaldo Emilio Casalins una infinidad de fragmentos de alfarería india que el retorno de las aguas del río Samborombón a su curso normal después de las pasadas inundaciones había dejado al descubierto al pie de la barranca existente en el campo donde trabaja.
Enterado de su importancia para mí, puesto que, desde años atrás deseaba estudiar algo original de los indios de la zona, en viajes sucesivos, me fué trayendo nuevos modelos que sin ser elegidos, me fueron demostrando la enorme variedad de dibujos empleados en el adorno de sus útiles diarios. Sus guardas me entusiasmaron y, de inmediato, me entregué a la tarea de estudiarlas.
Yo sabía que en un cementerio exhumado por Zeballos, había encontrado restos de pitos, tiestos y flautas, además de innúmeros fragmentos coloreados de cacharros que indicaban la precaria civilización india y, sabía también de que esa civilización no podía concebirse de otra manera, puesto que los nativos eran nómades, y no gozaban de ningún medio de movilidad que no fuese el natural para trasladarse de una parte a otra, atravesando inmensas extensiones de tierra cubierta de pajonales. Y, sabía también, por último, de que no disponían de piedras en abundancia, ni de árboles corpulentos que despertasen su imaginación para concebir construcciones notables como las de Méjico, o tallas, como las inspiradas por las pujantes Misiones Jesuíticas. Pero, no sabía hasta después de haber observado esos fragmentos, hasta qué punto llegaba la imaginación de los salvajes que habitaban el país en la época en que llegaron los españoles, para exornar con diseños sus cacharros de uso diario sin contar para ello más que de tierra para verificar sus obras. Sin embargo, la inteligencia de los nativos de la región estaba demostrada en cientos de hechos que así lo confirmaban a cada instante. Uno de ellos, por ejemplo, era el de que los hechiceros araucanos del sur practicaron la anestesia en sus operaciones de reducción de luxaciones, arreglo de fracturas o trepanaciones por medio de la ingestión de ciertos cocimientos extraídos de flores o plantas como la semilla del Chamico (Datura Ferox) (*1), tan común en los campos pampeanos. Y, dicen que la acción narcótica de este alcaloide es tan poderosa, que los cautivos que bebían en el mate o con el vino la mencionada droga, no sentían la presión de las ligaduras de los cordeles puestas en sus miembros para evitar que se escaparan.
Otro de los hechos era el que había leído referente a la destreza y habilidad de los indios para cazar o pescar. Cuentan algunos autores que los puelches hacían boyar calabazas en las lagunas para ir acostumbrando a las aves acuáticas,a esos inofensivos cuerpos extraños hasta que, después cubrían sus cabezas los cazadores con otras calabazas similares a las anteriores, y, nadando, se les acercaban a las presas hasta tomarlas bajo el agua de las patas con sus propias manos. Fuera de este método narrado, tuvieron el de las simples redes, arpones, trampas y boleadoras de todos conocidos. Estos datos me habían dado una idea de la inteligencia de los nativos pampeanos de diferentes épocas, mas no el grado de imaginación necesaria, para concebir la armonía de las líneas y puntos para la concepción de los dibujos decorativos, en los utensilios de uso consuetudinario en una raza, como lo era el efectuado por los querandíes, por ejemplo, para aliñar sus objetos empleados en las comidas. De pronto me pareció ver más claro en el turbio problema indígena. Me di cuenta de que no sólo trabajaron la piedra para hacer dardos, puntas de flecha, raspadores para curtir sus cueros, morteros para moler el pescado, granos y sal, o boleadoras para cazar, sino que hicieron sus vajillas con la más variada ornamentación. Sorprende observar con detenimiento esos trozos de "'ñaes" o "yapepós”, como debieron llamarles a sus cazuelas, no por la exactitud en el trazo sino por la diversidad de guardas en la más curiosa combinación de líneas. Hay que pensar, también, de que ellos no conocieron instrumentos de geometría y sólo la imaginación les acompañó para concebir sus obras. Tengo en mi presencia fragmentos de barro cocido extremadamente duros y compactos, tal vez por la justeza en el cocimiento o por la elección de la arcilla empleada. El espesor varía de 3 a 11 milímetros, y llevan en su masa los más gruesos, pequeños pedazos de granito o de mica que le imprimen al conjunto mayor resistencia, como el pedregullo a las actuales construcciones de cemento armado. La mica o micaesquista pulverizada, contribuyen además con sus reflejos de lu-ces refractadas en sus caras, para ofrecer mejores efectos, así lo demuestran los fragmentos 5, 9 y 10 de la serie C. 


Otros fragmentos son blandos, hasta podérseles rayar con las uñas, pero, nada de extraño tiene ésto puesto que han pasado años y años bajo tierra. El color puede variar desde el blanco crema, amarillo, kaki, rojizo, hasta el bruno en todas sus tonalidades. Depende, me figuro, de las mezclas efectuadas con diversas substancias o por el grado de cocción a que fueron sometidas. La resistencia es uniforme. Es la misma en la periferia que en la zona cercana al fondo de los recipientes. La totalidad de los fragmentos parecen impregnados de substancias grasas que, a través de más de quinientos años, no la hubiesen perdido como así el hollín con que se saturó su masa porosa. Al lavarlas, dejaron levemente en el agua una especie de pringue tiznado, semejante al abandonado en los lebrillos después de lavados los fondos de las cacerolas sometidas a la acción directa del fuego. La cocción del barro de los fragmentos es igual en la parte externa que en la interna de las cazuelas. Sólo en la externa he hallado los diseños que llamaron poderosamente mi atención y que despertó el motivo de este trabajo. En la interna,
y en algunos poquísimos casos. encontré una especie de tejido reticulado. Los bordes de los tiestos debieron obedecer a los siguientes tipos esenciales: Redondeados, plegados, dentados, sinuosos o de reborde engrosado. Entiendo por borde redondeado al tipo de vaso que ofrece una pared igual en su base que en la cúspide del mismo, y además, es romo su canto. Plegado, cuando su borde termina adelgazándose y curvándose hacia afuera. Dentado, cuando el borde ofrece un canto en forma de diente de serrucho levemente redondeado en la parte externa. Dichos dientes. pueden abarcar parte de la circunferencia del recipiente, el total de la misma o de tanto en tanto y simétricamente. Sinuoso, cuando su borde presenta un aspecto nuboso a base de semicírculos encontrados, y, por último, el vaso de rebordes engrosados, es decir, aquel que al terminar en su parte superior se en-grosa con respecto al resto del tiesto y aparece como un festón.
Las líneas que forman los dibujos son claras, nítidas, efectuadas sobre la masa aun fresca y sin cocinar todavía, por medio de un instrumento cortante. Los puntos parece que hubiesen sido hechos con un punzón. En ciertas oportunidades se me ocurre pensar de que los indios debieron usar especies de estampadores de puntos para abreviar el trabajo del engalanado, por lo simétricos y exactos que están ubicados. Las curvas, las debieron efectuar con espátulas de barro cocido, fragmento n° 5 de la serie G.


Ninguno de los fragmentos hallados presenta asas, sólo pequeños agujeros por donde pasarían cordeles para su suspensión. Tampoco he encontrado figuras zoomorfas. Unicamente los tipos detallados a continuación, son los que creo haber descubierto entre la vajilla querandí, a juzgar por el perfil de los fragmentos analizados. Unas especies de cazuelas, sin tapa, figura 4 y 2 de la Serie H, que debieron servirles a los indios de simples platos en la alimentación. Unos vasos en forma de macetas con una capa-cidad de 300 grs. y que emplearían para beber cualquier clase de líquidos espirituosos o no, fig. 5 de la serie H. Unos tiestos infundibuliformes como el de la reproducción 3 de la anterior serie, que usarían las mujeres como jofainas si no las utilizaron para la conservación de la harina de pescado, grasa de pescado, maíz molido previamente asado o de vasija para la fermentación de granos y que medirían unos 18 cms. de profundidad, por unos 40 cms. de diámetro. Además, unas botellas semejantes a los porrones de barro usados para cerveza años atrás. Estas botellas tenían un pequeño agujerito (espiche) en la parte donde comenzaba a ensanchar su cuello.


Dicho agujerito estada permanentemente tapado y en el instante de beber, cubierto con el índice, dejaría pasar el aíre en el momento de empinarse la botella y sorber por su pico. En esas botellas transportarían el agua fresca en las grandes travesías a pie de la pampa ilimitada, o, acaso, alguna especie de chicha o caña de maíces fermentados. Todos estos adminículos de la vida diaria tenían sus guardas más o menos anchas siguiendo paralelamente a sus bordes. A pesar de ser pequeños los fragmentos pude, sin gran esfuerzo imaginativo, reconstruirlas y ofrecérselas a mis lectores, para que admiren como yo la delicadeza de sus líneas y la enorme variedad de las mismas, pues, de 137 fragmentos, hallé cuarenta y ocho lisos y 89 exornados con dibujos de los cuales 24, fueron imposibles de volver a su estado primitivo, y, el resto, o sean 65 ofrecieron a mí vista otras tantas guardas absolutamente diferentes.
El 24 de noviembre de 1940, leí un artículo en "La Nación” firmado por un "redactor viajero” que entre otras cosas decía lo siguiente: “En el Pucará se hallaron residuos, rastros de la alfarería india, de esos cocimientos de barro demostrativos de que el conde Keyserling observó con mente turbia a América, a quien define como un continente ciego. Ya en los primeros estratos de su civilización obtiene América bellas gamas pictóricas. Bástale la tierra para lograrlas. La alfarería refrenda el aserto: América modela, dibuja y pinta desde su infancia. No puede, pues, ser un continente ciego". En la provincia de Buenos Aires los querandíes lo demostraron palmariamente. En sus dibujos no existe el sentido humano y estilizado de la interpretación que el señor Duncan Wagner y su esposa Cecilia Dubracq, creen ver en las típicas decoraciones de los vasos de la cultura Chaco-Santiagueña, ni aparece la efigie sagrada de la trinidad Antropo-Ornito-Ofidica conocida por “la Plañidera", y que fué desde los primeros tiempos neolíticos, el ídolo sagrado "que velaba sobre los trabajos y la morada de los vivos, vertía lágrimas sobre las tumbas y protegía el reposo de los muertos", bajo casi todos los cielos americanos según lo han probado las últimas investigaciones arqueológicas, ni tampoco aparece en sus dibujos ninguna representación de animales, aves o vegetales, como lo hicieron otras naciones indias. Nada de loros o serpientes, sólo líneas, muchas líneas combinadas en un conjunto armonioso y elegante. Es probable que la inspiración, a veces, radicase en algunos elementos de la naturaleza, y, otras, en los mismos útiles empleados en el trabajo. o en las curiosas figuras de los tejidos usados por sus mujeres. Ulrich Schmidel dice que la población femenina cubría sus partes pudendas con una especie de faldeta de lana manufacturada por ellas mismas. Pues bien, esa combinación de hilos diferentemente dispuestos en la confección de sus telas, debió influir en la creación de sus diseños.


Para obtener las guardas adjuntas a estas páginas, he procedido de la siguiente manera. Coloqué los restos de los cacharros neolíticos hallados en los yacimientos del río Samborombón sobre un papel. Continué las lineas cortadas por la fractura y seguí o traté de seguir la técnica empleada por los primitivos artistas y, poco a poco, fuí reconstruyendo sus obras. Observé después que el principio fundamental de sus dibujos lo constituía la figura geométrica del triángulo. Traté de tener en cuenta en esa labor, el tamaño de los dibujos en relación a los tiestos, para obtener la proporción de aquellos. Vi que a los triángulos los unían en ocasiones por sus bases y en ocasiones por sus vértices, transformándolos de esa manera en rombos o en especies de carreteles. Otras veces, las líneas colocadas unas sobre otras y cortadas a su vez por nuevas en ángulo recto, semejaban las barbillas de las plumas de las aves. Tampoco me ha faltado una greca que representase una trenza de cinco, chata, obtenida quizás, de los cordeles de las hondas o boleadoras si no fué de los cestos para la recolección de la pesca, figura 33, serie C.
Las líneas quebradas, es decir, en ángulos, las descubrieron tal vez de las enormes bandadas de cuervos marchando veloces sobre el azul del cielo. A los triángulos, quizás, de esa variedad de tréboles que dicen llegados del Perú y quién sabe cómo, y que tienen sus hojas bandeadas transversalmente por una franja más clara de modo que al reunirse las tres en el tallo, forman un triángulo exacto, si no fué de las puntas mismas de las flechas usadas en sus arcos, la figura número 41 de la serie C, evidencia la hipótesis, como así, la número 11 y 14 de la serie A, recuerdan patentemente a un arpón. El diagrama de una piedra de bola perdida partida en dos, asemeja con el dibujo 5 ó 7 ó tantos otros, de la serie B, y aun de las restantes, a los mencionados carreteles. La figura 39 de la serie C, en cambio, da la impresión de haber sido inspirada en las placas córneas del espaldar de alguna variedad de quelonios, o de los restos fósiles del gliptodonte, abundantes en la región y la 7 de la Serie D, (imbricada), en la disposición de las escamas de los peces o de las olas de ríos o lagunas.
Los diseños en general, han sido efectuados sobre el barro fresco, antes de hornearlos o mejor dicho, cocerlos en grandes y continuadas hogueras y los han hecho por medio de líneas incisas, puntos o combinación de ambas, de tal suerte, que, su diferenciación es absoluta y me ha servido de base para su clasificación. Es así como encuentro dibujos trazados con puntos y líneas, serie A. Con puntos, únicamente, serie B, y, por último, la efectuada con líneas solamente, la serie C.
Estudiados estos fragmentos, sólo me restará. ahora ubicarlos en el campo de la prehistoria. Se acepta por sabido de que las excursiones de los conquistadores en el río de la Plata, dieron por resultado el descubrimiento de tres posibles culturas indígenas que a continuación detallo:
a) La cultura de un pueblo insular constituída por los indios Guaraníes de las Islas, o sean los corsarios del Paraná y enemigos acérrimos de las demás naciones vernáculas.
b) La cultura de los pueblos ribereños del río Paraná, y, por último, 
c) La cultura de un pueblo mediterráneo: Los Querandíes, o sea "la gente del campo" que vivía trashumante en la tierra en que se había criado. Esta nación india es la menos conocida de todas. Desaparece en los documentos históricos podría decirse, después del combate de MATANZA (*2). Unos autores creen que la parcialidad sobreviviente se identifica con los pampas, otros con los puelches, perdiendo en ese trance no sólo la tierra en que vivían, sino hasta el nombre genérico de nación independiente con su cultura propia. Y, otros autores. en cambio, creen que después del combate de Matanza, algunos de los indios vencidos se perdieron efectivamente en los desiertos pampeanos, pero, la mayoría retornó al lugar de donde partieron sus ascendientes, es decir, a la patria de los Guaraníes. Estos autores hallan hasta en la palabra Querandi, una corrupción de Carendai que en lengua guaraní quiere decir palma. Schmidel cuenta que después de haber combatido a los indios encontraron en sus viviendas harina de pescado y grasa del mismo. 


Barco Centenera en su canto XII y conforme lo cita Ameghino, da como conocedores de un cereal a los indios. Este cereal es el maíz. Moreno, supone por los morteros hallados de que sólo les sirvieron para triturar el pescado, pues, a todos aquellos los halló en lugares vecinos a los ríos o lagunas dejados por tribus piscívoras. Tres, de los cuatro morteros que poseo, fueron encontrados a doce o catorce kilómetros de los lugares más cercanos e indicados para la pesca. Me los obsequió el señor Domingo Casalins y los exhumó arando en su campo "La Loma de la Laguna", en el partido de Chascomús. Este detalle demostraría que a esa distancia no podían llevar los indios pescadores sus cargamentos de pesca para su conservación, por la distancia, y por la falta de medios de transporte, sin olvidar que en aquella época no conocían los nativos al caballo (traído por Mendoza) y, explicaría más bien, de que los morteros mencionados, fueron empleados por sus dueños para otros menesteres que no eran la carne disecada del pescado. Además, entre los cuatro morteros habidos en mi poder, dos parecen haber sido usados por frotación, es decir, sin levantar "el majadero" de aquellos, y, los otros dos, por su espesor y por las grietas de fractura en sentido vertical en las "manos", induce a creer de que fueron empleados por percusión, es decir, golpeando.Para el primero de los casos se usó como material de molienda al pescado o a la cecina, y, para el segundo, granos, por ejemplo, el maíz. Si conocieron al maíz es probable que fabricasen la chicha deshaciendo el grano y remojándolo con agua enmelada. La sal, también, pudo haber sido triturada en ellos. Sobre el uso de la sal en las comidas hay asimismo dos teorías al respecto. He conocido algunos viejos vecinos al lugar en que vivo que dicen haber visto algunos indios beber la sangre tibia de los animales recién faenados, sin agregarle ese ingrediente, y, en cambio, otros, me cuentan haber observado la febriciente avidez con que aguardaban la matanza de un potro, con un puñado de sal en una mano y la otra en escudilla, para sorberla después de haberla sazonado. Y, si eso ha ocurrido cincuenta o sesenta años atrás, ¿qué no pudo pasar mucho antes? Además, si conocieron la sal bien pudieron manufacturar la cecina. El charque es conocido desde tiempo inmemorial y se muele perfectamente en esos morteros. Francamente, es difícil discernir en estos casos, donde la lógica se pierde y confunde con sus antítesis. Hay por un lado la sospecha de una costumbre europea de aderezar los alimentos y por otro la de un pueblo que se extinguía sin dejar documentaciones. Sin embargo, nada de extraño hubiese sido de que si los indios conocían la sal la supiesen aprovechar. Lo mismo debió ocurrir con el maíz. A veces me pregunto, ¿de dónde surgió el hábito de comer el maíz frito entre los nativos? El maíz, tostado y pulverizado (*3), constituye un sabroso plato. La trituración del grano hace imperceptible al salvado, por consiguiente, la presencia de los morteros arriba citados y en esos parajes, destruiría las objeciones de Moreno a Ameghino "de que los querandíes no descendían de los guaraníes. puesto que no eran agricultores".
Quisiera, además, no dejar de consignar en este trabajo, otro detalle de índole diversa pero concerniente al viejo problema sobre la ascendencia de los querandíes en los llanos bonaerenses. Dicho detalle sería el referente a los enterratorios. El doctor Zeballos atribuye al túmulo de Campana un origen guaranítico, y, al leer su informe saco en consecuencia de que los muertos indios de aquella nación, eran sepultados en Alto, es decir, en especies de terraplenes de unos dos metros y medio del nivel del suelo. Ahora, bien, en Chascomús hubo un estanciero que empleó un collar indio de contador de animales en las hierras. Dicho collar era de turquesas. ¿De dónde sacaron los aborígenes piedras preciosas o semi-preciosas? Lo mismo ha ocurrido en los túmulos Chaco-Santiagueños. En sus tumbas también han encontrado no sólo turquesas y lapislázulis sino objetos de plata, como en el túmulo de Campana. Es que, ¿existió algún intercambio comercial entre las naciones indias? Conservo en mi poder una piedra del anterior collar citado y quien me la dió ignoraba su historia relatada a mí y hace años, por dos de sus tíos, hijos a su vez de quien lo hallara entre unos huesos humanos a flor de tierra, y expuestos a la intemperie como las osamentas en los campos. Allí se veía la unidad de procedimientos en naciones indias y costumbres. En el primer caso, como se trataba de cementerios de poblaciones más o menos compactas, es probable que sus jefes lo hiciesen en alto (y hasta le agregasen el aditamento de plantaciones especiales, para cambiarles el aspecto funerario inherente a los mismos), y, en el otro caso, cuando el muerto era un ente aislado o perteneciente a una tribu pequeña y pobre de brazos, le ubicaban al ras de la tierra. Esa es la causa, a mi juicio, por la cual no se encuentren más restos indígenas en las planicies bonaerenses: El sol, las lluvias y los vientos han barrido con ellos como así con sus objetos que hoy, hubiesen sido un índice de su pasada cultura y desligable una de otra, por los poquísimos datos que se tienen de cada cual, y sobre todo, habiendo vivido o actuado en un mismo territorio como lo es el de la parte Noroeste y Sudeste y parte del centro de la provincia de Buenos Aires. Para concluir, diré que los paraderos del río Samborombón en Magdalena, y el de "La Loma de la Laguna" en Chascomús, me llevan a las siguientes conclusiones:
  1.      Que los fragmentos hallados en una y otra parte pertenecieron a vajillas querandíes. La profundidad en que fueron hallados, la existencia de decoraciones en los mismos (*4), y la presencia de huesos de Venado (*5), me hacen creer y me inducen a pensar de que me encuentro ante objetos del período neolítico pampeano. Al hablar de los fragmentos de alfarería, englobo en ellos a los de origen lítico, puesto que la mayoría se hallaba en completa promiscuidad.
  2. Que la presencia de morteros en lugares apartados de los ríos y lagunas, demuestra que la teoría de Ameghino de que los querandíes eran agricultores, fué exacta.
  3. Que al ser agricultores, me inclino a creer en su ascendencia guaranítica.
  4. Que las piedras halladas en el partido de Chascomús, es decir, las de "La loma de la laguna" y las de la laguna "La Salada", encontradas en 1875 por don Enrique Pérez y cedidas a mí por don Enrique Pérez Catan, son pequeñas masas de gneiss provenientes posiblemente de Azul o Balcarce; y, la micaesquista pulverizada y entremezclada a la contextura de los fragmentos del río Samborombón, de Tandil, demarcan el área geográfica dispersiva de la población querandí, en sus incursiones, y no el de veinte leguas al sur de la ciudad de Buenos Aires como siempre se afirmó.
  5. Que si los querandíes fueron agricultores —no fueron por consiguiente, tan nómades, como siempre se ha dicho— y, en lugar de explicar la ausencia de tiestos enteros en la zona por la ruptura intencional de los mismos al mudar de un sitio a otro (*6), sería la de aceptar que, debido al carácter díscolo y bravío de las tribus querandíes, se debiera más bien a las continuas reyertas en que vivían, o, a la de pensar en que esos fragmentos indicasen la existencia de verdaderos basureros o vaciaderos de poblaciones estables.
  6. Que apoya —a mi juicio— esta tesis de ascendencia guaranítica, el hecho de que los fragmentos de alfarería hallados en el túmulo de Goya, (Corrientes), y exhibidos en la vitrina E, sala XXI del departamento de Arqueología y Etnografía del Museo de La Plata, son similares y tienen la misma técnica del dibujo para ser efectuados que los conservados en mi poder.
  7. Que el hecho de no haberse encontrado restos guaraníes más que en Martín García, Delta del Paraná (tierra firme) y aguas arriba de la ciudad de Corrientes o en las riberas del Paraná o el Paraguay, no impediría que sus descendientes, los querandíes, se allegasen hasta más allá del río Salado de la provincia de Buenos Aires, es decir, hasta las proximidades del paralelo 37 en sus incursiones de canje comercial, por lo tanto, unas 55 leguas al Sur de Buenos Aires.
  8. Que el molde para vaciados metálicos hecho en piedra labrada y hallado en el arroyo Mocoretá (límite entre Corrientes y Entre Ríos), vitrina 7 de la sala mencionada en la su-gestión sexta, aunque más complejo, obedece a la misma técnica empleada para trazar el dibujo de la guarda de mi vaso (figura 9, serie B) y a su vez, ambas. han sido inspiradas en la urdimbre de los tejidos.
  9. Que los vocablos guaraníes: Karaú (ibis); Chiripá (calzón-abrigo de medio cuerpo~delantal); Takuara (caña bambú); ñacurutú (lechuzón); Andai (calabaza); Taperé (ta-pera: casa despoblada); Amojonar (corrupción de: amojendá, por "poner en su lugar”~delimi-tar); ¡Chuschurús, diablo! (posible corrupción de: ¡Kurusú, etc....! exorcismo campesino usado para “ahuyentar a Mandinga” cuando pasa una lechuza chillando); mbiguá (variedad de cuervo); ñandubay (o ñanduvai: espinillo); Keresa (huevo de mosca); Yaguané (zorrino por antonomasia: el pelaje de algunos vacunos; o los pedículus capitis, por el color); Karakú (médula); y otros como Pehuajó (estero profundo, que no obedece a características de una región, sino al recuerdo de un hecho histórico producido en sitio apartado pero homenajeado allí), constituyen palabras empleadas corrientemente en la pampa bonaerense, sin otro arraigo que el de haber sido trasplantadas a ella por los cauces inmigratorios como tantos vocablos quichuas o araucanos que en la actualidad se oyen, pero, no puede ocurrir lo mismo, con otros mantenidos por la tradición desde tiempo inmemorial y que responden también, a la toponimia de la zona en lengua vernácula. Tal sería Tuyú (*7) actual partido de Gral. Lavalle y parte de Madariaga. Tuyú, fué el nombre de un viejo partido de la provincia de Buenos Aires que en guaraní significa barro, fango, cienagal; y, Tubichaminí (*8) primitivo nombre del Salado en cuya margen hubo una Reducción en 1600, más o menos y que llevó ese nombre. Además, los pampas traídos por Roca, llamaban "avatí pororó" al maíz frito. Avatí, quiere decir maíz en guaraní. "Aipiró avatí", al acto de quitar la chala al maíz. ¿Es posible, entonces, de que si los araucanos hubiesen conocido al maíz antes que los guaraníes, aceptasen un vocablo de éstos? Yo creo que no, por lo tanto, a la palabra la conocieron de sus mayores, tal vez de los intercambios comerciales entre una nación y otra, es decir, entre los pampas y los querandíes; y que debieron hablar el guaraní estos últimos.
  10. Que otra de las pruebas que poseo de que los querandíes descendían de los guaraníes, es la que me ofrecen mis fragmentos números 7 y 8 de la serie D. En ellos veremos al mismo arte, la misma industria. La superficie es del tipo imbricado, es decir, del tipo esencialmente gua-raní. En ellos podremos ver la reproducción de los cacharros exhibidos como tales en el Museo Etnográfico de la ciudad de Buenos Aires.Y, por último, la reflexión,
  11. Referente a la demostración efectuada con las guardas adjuntas de que los querandíes tendrían un arte especial que los colocaría a éstos, en un grado avanzado en el ESTADO SUPERIOR DE SALVAJISMO, conforme a la clasificación de Luis Enrique Morgan sobre la población precolombina.
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*1-Datura Ferox: Su principio activo es la escopolamina, acompañada de proporciones mínimas de hiosciamina y atropina.
*2-Cuando don Juan de Garay intentaba fundar por segunda vez Buenos Aires encontró la misma resistencia indígena hallada por Mendoza. Los indios querandíes coaligados a gentes de otras tribus y al mando del cacique Tabodá, trataron de expulsar a los conquistadores españoles, que, reaccionando con violencia heroica a fines de 1580, los batieron en los campos bañados por el Riachuelo, además de perseguirlos a lo largo del río y de quitarles toda esperanza de mejor suerte. La contienda debió ser tremenda puesto que el lugar conservó el nombre de Matanza, a causa del número de muertos entre los nativos. En 1730, aún debía perdurar el recuerdo de la sangrienta batalla desde el momento que al levantar un pueblo, se le denominó Matanza.
*3-"La algarroba pisada con maíz tostado, es comida nutritiva y agradable a los ranqueles". (Lucio V. Mansilla)
*4-Estanisla S. Zeballos en su libro "Viaje al país de los araucanos", afirma que la alfarería de éstos carecía en absoluto de decoraciones.
*5-Poseo en mi colección un hueso de venado (Ozotocero bezo arcticus, Linné) hallado por Osvaldo Casalins junto a unos fragmentos de alfarería. Analizado resultó ser un fémur derecho y, según la autorizada opinión de don Angel Cabrera, podía tener de doscientos cincuenta a cuatrocientos años, lo que viene a confirmar mi hipótesis puesto que lo mismo podría tener más años de enterrado teniendo en cuenta la calidad de la tierra donde se encontró, y la cantidad de sal en la misma, que propendría a la conservación.
*6-"En las luchas, los derrotados, se alivianaban de todo para poder huir libremente". (Ameghino)
*7-Tuyú. En la carta esférica del Río de la Plata levantada por Malespina en 1782 y cerca del Cabo San Antonio, aparece por primera vez en los documentos públicos, este nombre aplicado a un riacho: "San Clemente de Tuyú". Ensayos de Historia, etc., de Rafael P. Velázquez.
*8-Tubichamimí. Salado chico, en guaraní.

Apéndice












2 comentarios:

  1. Interesantísimo, gracias por compartir!

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  2. bellisimo trabajo
    el PUEBLO NACION QUERANDI MEGUAY aun sigue latiendo y lentamente despertando
    muchisimas gracias

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